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En voz baja PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 25 de Agosto de 2014 10:25

 

Aparte de para pasar desapercibido, es ésta la manera mas adecuada para peregrinar por este mundo grosero. También podría ser a media voz, como leen los poetas sus poemas. O, quizás, a media luz, en la voz inolvidable de Carlos Gardel, mientras la vitrola llora junto a un gato de porcelana: “Y todo a media luz,que es un brujo el amor, a media luz los besos, a media luz los dos. Y todo a media luz, crepúsculo interior. ¡Qué suave terciopelo la media luz de amor!”

 

 

Es una buena manera, entre otras cosas, de evitar los disparates mayúsculos.

 

Por cierto que, hasta hace poco, no me había dado cuenta de que las mayúsculas no son el vehículo correcto para intentar plasmar por escrito nuestros pensamientos mas solemnes. Ni tan siquiera se puede moldear gráficamente  imágenes como la de Dios. Buscando esta palabra en el DRAE, como la escribí en mayúsculas, el diccionario digital me contestó muy digno: “La palabra DIOS no está registrada en el Diccionario. La que se muestra a continuación tiene formas con una escritura cercana.” Y me dirigen a “dios” en estos términos: “dios. (Del lat. deus).- 1. m. Ser supremo que en las religiones monoteístas es considerado hacedor del universo.- ORTOGR. Escr. con may. Inicial”. Muy bonito esto de no consentir que le preguntes poniendo el signo gráfico inicial en mayúscula, mientras el propio diccionario lo utiliza en el principio de período o  después del punto y, para mayor irrisión, cuando nos informa sobre la correcta ortografía, una contracción de ésta, nos la escriben en su totalidad con mayúsculas. De todas formas, es posible que lo normal sea escribir con minúsculas, pues usar lo grandilocuente es un disparate mayúsculo.

 

La verdad es que ello me llevó a otras reflexiones relacionadas con el respeto que se merece todo lo pequeño e insignificante, aquello que conocemos por letra pequeña (dejemos a un lado la de los contratos bancarios y de adhesión, que ya sabemos nos llevan a la bancarrota), tal como es el lenguaje normal y corriente. Así debería ser nuestro diario comportamiento.

 

Mas, a veces, no atina uno a llamar la atención y, en vez de hablar en voz baja, prefiere bramar. Gritar hasta vociferar: es último recurso de los que no saben dialogar… Aunque, en ocasiones extremas, el grito es signo desgarrador de la plegaria. A este propósito recuerdo un solo pasaje evangélico en el que el grito se reconoce como signo de fe, aquel de la mujer cananea que pretendía llamar la atención de Jesús gritándole para que sanara a su hijo, sin que Él aparentemente le hiciera caso, hasta que se puso delante, le impidió el paso y de rodillas le suplicaba a voz en grito. Esta perseverante y humilde actitud, logró arrancarle aquello de: “Mujer, qué grande es tu fe”.

 

Precisamente, esta palabra monosilábica, de cardinal virtud, es ejemplo de que la brevedad, la pequeñez, es sinónimo del bien escribir. Ya sabemos que una de las claves para hablar y escribir bien el español, es acertar a sustituir los vocablos más largos por el término equivalente más breve, por cuanto que los textos ganan en claridad  y resultan más directos y eficaces. El viejo y sabio político ingles, W. Churchill, afirmaba: “Las palabras cortas son las mejores, y las viejas palabras, cuando son cortas, son las mejores de todas”.

 

Lo malo es que, una cosa es predicar y otra dar trigo. Y, con demasía, no sólo utilizamos palabras altisonantes, sino que no sabemos hacernos notar más que a voces estentóreas, con olvido del argumento razonable. Pero, insisto: me da la impresión que lo más eficaz es utilizar lo que coloquialmente se entiende por letra menuda (la astucia, la sagacidad) o el hablar a media voz, en una conversación distendida, que invite por su carácter intimista a la convicción.

 

En otro caso, mejor es callar. Para hablar parpuchos, que dicen en mi pueblo, no hay mejor remedio que aplicar aquello de que en boca cerrada no entran moscas. En todo caso, es preferible renunciar a tener siempre la razón: acertaremos con más frecuencia. A lo máximo que se puede aspirar es a ser como los pequeños –en vez de intentar ser los mayores en saber y gobierno- que será  el mejor camino para llegar a la verdad. Ya lo decía Salomón: “Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; mas donde hay humildad, habrá sabiduría” y lo rubricó Tagore al recordarnos: “Cuando somos grandes en humildad, estamos más cerca de lo grande”.

 

Terminaría como Bécquer, entregando el alma “cuando enmudece tu lengua / y se apresura tu aliento / y tus mejillas se encienden…” Pero, me temo que sea demasiado para estos tiempos. Así es que, me acercaré a Platero “pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.... Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal”

 

Me encantaría ser como la mariposa: “por la cuadra en silencio, encendiéndose cada vez que pasaba por el rayo de sol de la ventanilla, revolaba una bella mariposa de tres colores...”. Recuerdo un haiku que escribí hace algún tiempo, que decía: “calla la boca / si tu palabra arruina / la tolerancia”.

 

Es posible que, algún día, aprenda a hablar en voz baja.