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Escrito por Salvador   
Lunes, 15 de Septiembre de 2014 18:34

 

 

En esta misma página de opinión, el pasado dia siete de julio, en un artículo titulado “Un cierto respiro”, escribí que buscarlo era mi propósito durante los dos meses veraniego, con la intención de olvidar –a modo de medicina preventiva- el cansino y famélico caminar que los listos del lugar nos obligaban a andar, en aras del crecimiento y de la estabilidad presupuestaria. Posiblemente les haya aburrido con mis bucólicas incursiones, los recuerdos de mi terruño, las pretéritas evocaciones o las melancólicas meditaciones propias del que recibe este nuevo verano como un regalo insospechado. En todo caso, les agradezco su paciencia porque yo he disfrutado de este pacífico interregno, intencionadamente buscado. Como si me envolviera un atardecer perezoso, mientras lloran las hojas su desnudez liviana.

Pero, amigos, todo lo bueno tiene su fin, como cantaran en días gloriosos Módulos, El Barrio o Medina Azahara. Y he de volver a cumplir y hacer honor al enunciado de esta columna, en la que me propuse escribir algunas consideraciones,  “a propósito” de los acontecimientos de actualidad. Sólo me queda la esperanza        –como decían ellos-  de que no nos arrollen las aguas o los vientos violentos y terminen dominándonos. Espero superar, incluso, los exabruptos que salen de las boquitas de tanto malandrín como nos intentan gobernar.

 

Porque,  la verdad, no hay más remedio que bucear en estas aguas. Como dice la expresión coloquial, no hay más cera –léase actualidad-  que la que arde y a ella hay que arrimarse, aunque estemos en peligro de quemarnos. Para nuestra desgracia, sólo hay dos clases de hombres: los que mandan y los que obedecen, lo que se trasluce en nuestra sociedad, donde la diferencia entre ricos y pobres, entre poderosos y súbditos, entre los que mandan y los que obedecen es una realidad constante, bien que vergonzante. A ellos, a los pocos (aunque, a fe mía, no son precisamente unas lumbreras) que alumbran nuestros días con sus ocurrentes ordenes y mandatos, debemos la correspondiente pleitesía. Nosotros, a lo nuestro, sin rechistar, no vaya a ser que, encima, se molesten con nuestras críticas. Aunque –es obligado- intentaré, no obstante, disentir en lo necesario y hacerlo sin acritud, evitar expresiones hirientes u ofensivas, desterrar insultos o descalificaciones gratuitas. Eso, sí: sin renunciar al pequeñísimo placer de la discrepancia. O, como mínimo, del discernimiento: que nos dejen descifrar por nuestra cuenta que pudiera ser lo conveniente y necesario para el bien común. Por favor, que no nos impongan sus verdades… que suelen ser mentiras clamorosas.

 

Entrando en materia y para limar asperezas, lo haré en esta ocasión con una pizca de ironía.  Porque ya me dirán que puedo comentar de la actualidad mundial, que no me estremezca. Con decirles que el máximo jerifalte de entre los que manejan los hilos de la historia que nos toca vivir –para mas inri, titular del premio Nóbel de la Paz- nos ha anunciando en estos días que va a impedir el avance del Islam (como si estuviéramos en tiempos de las cruzadas)… eso, sí: se limitará a ordenar ataques aéreos selectivos. Bendito sea Dios, como enfatizan los presidentes americanos al jurar su cargo.

 

Bajando el listón, me encanta un montón el intento de los mandamases británicos para convencer a los escoceses de que no es bueno separarse del Reino Unido. Incluso amenazan con privar de la libra a los señores que utilizan faldas tan atractivas. Como refuerzo, ha acudido en su ayuda la artillería financiera (RBS, Lloyds y otros grandes bancos) que avisan con ahuecar el ala y dejar a Scotland con el culo al aire, si se me permite la expresión.

 

Para andar por casa –sin necesidad de enmendarme con las correrías del ex honorable padrino-  nada mejor que toparse, estos días de díadas y jolgorios varios, con los redoblados órdagos del Sr. Mas y las promesas del  Sr. Rajoy de dialogo en el marco legal, al parecer, inmutable. El tema, paradigma de una plática entre sordos, bien pudiera terminar como el rosario de la aurora…

 

Iba a finalizar, pero quiero hacerles participes de algo con sentido positivo: he tenido la suerte de encontrarme con unos aparcamientos públicos plenamente consolidados y sin solución de continuidad: empiezan en las cocheras fantasmas y terminan en el mismo inicio del paseo de la Estación. Con el único inconveniente de que, a veces, hay que pisar sobre unos fastidiosos raíles. Aparte, las reyertas de costumbre. Es una gozada ver como nuestro Jaén sigue adormecido y, a lo sumo, se lamenta de su mala suerte. Vamos: como siempre.

 

Les dejo por hoy. Como si fuese un escolar al inicio del curso, he emprendido una nueva singladura: levo anclas y espero llegar a puerto seguro. Con la benevolencia de ustedes, mis sufridos lectores.