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Érase una vez... PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 29 de Septiembre de 2014 00:03

 

 

 

Que se era… un pueblo, más bien grandecito, tirando a ciudad. Bueno, no llegaba a ciudad porque le faltaba un cacho así: por  lo menos dejar las mezquinas maledicencias, las envidias de campanario, las rencillas barriobajeras…  y otras cosillas de andar por casa.

En ese lugar, en donde se instaló en épocas pretéritas la frontera entre árabes y cristianos para la “Guarda y Defendimiento de los Reynos de Castilla” y que, en posteriores tiempos de normalidad, fue regido por un Cabildo de  “Caballeros Veinticuatro”, está, en estos tiempos a los que me pretendo asomar, más mal que bien. Vamos, hecho unos zorros, esas tiras puestas en un mango que sirven para sacudir el polvo: algo deshilachado, sucio y desaliñado. Siguiendo con el símil,  en este lugar uno puede, como suele decirse, sentirse como unos zorros, como si se levantase cansado en extremo o agotado, tanto física como anímicamente.

De ahí, que sus habitantes lo mirasen todo con cierta desgana, hartos de que le repitiesen el mismo cuento de nunca acabar, hastiados de que los gatos jugasen con ellos hasta hacerles caer en la trampa casera del pasotismo y doloridos de oir hasta la saciedad  las mismas fábulas, léase burdas mentiras. El tedio embargaba al personal, como si no mereciese la pena enfrentarse a la triste realidad…

 

Aunque algunos, en un intento de escapar a la molicie del conformismo, intentasen poner un matiz  de color rosa a lo que les rodeaba. Entonces, se figuraban que todo lo habían vivido alguna vez, aunque con gamas distintas: algo entre onírico y soñador. En definitiva, que los acontecimientos que contemplaban, y sus personajes, formaban parte de algún cuento que habían oído de la boca de sus abuelas…

 

La verdad es que añoraban espacios verdes salpicados de amapolas y tulipanes… calles recién regadas, frescas, con un olor agradable y reconocible, sin inmundicias ni excrementos… el entorno de sus monumentos emblemáticos, sin ruidos ni gases contaminantes, cuidados al máximo para solaz de propios y visitantes… la posibilidad de comprar en céntricos y acogedores comercios, en las pequeñas tiendas familiares donde preguntarse por la salud y por los niños… Para su desgracia, ahora, parecían alocadas cenicientas, recién perdido su hermoso zapato, corriendo a toda prisa para llegar sin que la madrastra les reprendiera…

 

A veces, se figuraban que sus regidores habían sabido recoger la humilde lección de aquel gato con botas, según la cual el engaño y la mentira dan beneficios más rápida y generosamente que el trabajo duro y el talento. Veían como dialogaban para arreglar asuntos de trascendencia para el bien general.  Envidiaban a aquellos 24 que se sucedían en el cabildo sin mirar atrás con ira, ni gritar el socorrido “que viene el lobo”... y no sabían tildar ingeniosamente de puro “marketing vintage” lo que hacía el vecino, ni pelearse como enanos por como adecentar casas desprotegidas o legalizar las riberas de los ríos…

 

Echaban  en falta aquellos tiempos en que, ante tantas Caperucitas confiadas como hay por el mundo, sólo se topaban con un lobo malvado, y no, con tanto  Alibabá acompañado cada uno de sus cuarenta ladrones.  Habían desterrado de sus dominios la envidia y el malvado hechizo de la reina  -vanidosa, ante su espejo mágico-,  haciendo feliz para siempre a la inocente Blancanieves. Muchas veces tenían la ilusión de que los máximos regidores eran como aquel flautista que, con sus melodías, expulsaba a las ratas pendencieras, sin conformarse con alegrar al personal concediendo medallas y distinciones a las cofradías y al santoral completo, amén de a todas las fuerzas de seguridad que los protegían con su celo…hasta conseguir que los futuros votantes de tan prodigiosos encantadores, fuesen una pléyade interminable… able… able… able…, tan larga como los rieles del tranvía inexistente.

 

Lo que me trae a la memoria la zumbona canción que reiteraba aquello de “Santa Marta, Santa Marta tiene tren, Santa Marta tiene tren, pero no tiene tranvía…”, como las  mujeres colombianas que “no saben ni dar un beso, caramba”. Santa Marta, cercana a Aracataca, donde naciera el  premio Nóbel García Márquez, cuyos personajes están impregnados de cuentos  orientales y quimeras exóticas. De ahí, nuestra predilección por esa mezcla de historias verdaderas y leyendas que habitaban la imaginación del escritor colombiano. En todo caso, sería  adecuado para un final feliz de esta balada, tener la capacidad de escuchar: saber escuchar… aunque sean cuentos.

 

Y colorín, colorado, este cuento…  no se ha acabo.

 

Ítem más, a modo de epílogo, en las afueras de nuestro lugar: una pincelada triste, que no es ficción. Mientras Más juega al ratón y al gato y al corre que te pillo, Rajoy, el astuto,  se vuelve sensato (si esto es lo sensato, me pregunto cómo hemos podido vivir tanto tiempo en la insensatez) y aburre hasta a las ovejas del redil con su abortos a gogó. Son como niños viviendo sus propias leyendas…