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El alma de Europa PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 01 de Diciembre de 2014 00:04

 

Nos alertaba Ortega y Gasset (“La rebelión de las masas”) que no hay diferencia esencial entre un tonto y un listo,  y que eso de hacer, decir y, sobre todo, pensar, tonterías es la cosa más fácil del mundo. Y, añado por mi cuenta,  no sé si es peor ser que parecerlo. Lo digo, a propósito de la actitud de los parlamentarios españoles de la formación Izquierda Plural, que se ausentaron ostentosamente (“ostentoreamente”, diría el precursor de los presuntos corruptores, Jesús Gil) cuando el papa Francisco –paradójicamente tachado de comunista-  visitaba  por primera vez Estrasburgo para hablar ante el Parlamento Europeo. Me da pena que los españoles demos la sensación en ocasiones de  ser “tontos a nativitatis”, como le gustaba decir a mi padre. Quizá es que seamos tan masoquistas que nos deleitamos con que  -como se hacía con los ajusticiados a los que se vestía con su sambenito- nos coronen, para mayor mofa y escarnio,  con el capirote de rigor. Por ello, nos recreamos en mostrar que no tenemos feeling –como se dice ahora- con  los que creemos quieren darnos un sermón. Posiblemente, porque nos conformamos con las soflamas.

 

 

De todas formas, es reconfortante ver la positiva acogida que han  tenido las certeras palabras de este guía de referencia. Si tenemos en cuenta que, incluso, el líder de Podemos las acogió con “bravos” y se percibió la incomodidad de los populares y socialdemócratas europeos –y sus silencios- ante las críticas a los poderes financieros, no me extraña que algunos medios pretendan comparar a Hugo Chávez con Francisco, al que se tilda de mostrar “la farfolla con pretensiones de análisis socioeconómico”, para irónicamente concluir –es un decir- que ésta es “la principal preocupación evangélica de la Iglesia Católica y la extrema izquierda en estos momentos”.

 

Pues, miren ustedes: no. Es pura doctrina social de la Iglesia, con palabras de hoy. Ello me ha movido a leer el discurso pronunciado y sacar algunas consideraciones personales que me permitirán les sintetice. Lo verdaderamente difícil es poder hacer este resumen, porque todo el discurso es irreducible.

Sin renunciar a sus postulados morales de siempre (“se descarta la vida cuando ya no sirve a los mecanismo técnico y económicos como en los casos de los niños asesinados antes de nacer”),  entra de lleno en el tema central de su discurso: la dignidad trascendente de la persona.

Efectivamente, afirmar la dignidad de la persona significa reconocer el valor de la vida humana, que se nos da gratuitamente y, por eso, no puede ser objeto de intercambio o de comercio. Y urge a los gobernantes: “Ustedes, en su vocación de parlamentarios, están llamados también a una gran misión, aunque pueda parecer inútil: Preocuparse de la fragilidad, de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la «cultura del descarte». Cuidar de la fragilidad de las personas y de los pueblos significa proteger la memoria y la esperanza; significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad.”

Y, de inmediato, saca a relucir sus preocupaciones por los descartados: “Así, hablar de la dignidad trascendente del hombre, significa sobre todo mirar al hombre no como un absoluto, sino como un ser relacional. Una de las enfermedades que veo más extendidas hoy en Europa es la soledad, propia de quien no tiene lazo alguno. Se ve particularmente en los ancianos, a menudo abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro; se ve igualmente en los numerosos pobres que pueblan nuestras ciudades y en los ojos perdidos de los inmigrantes que han venido aquí en busca de un futuro mejor... y no pueden encontrarse con el Mediterráneo convertido en un cementerio“

Ha insistido en la soledad de nuestra sociedad, que se ha agudizado con la crisis económica, lo que ha propiciado el crecimiento de la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo, e incluso dañinas. Desde muchas partes se recibe una impresión general de cansancio, de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz, que parece haber perdido fuerza de atracción, en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones.

La apertura a la trascendencia (segundo término de su “dignidad trascendente”) debe partir, a su juicio, del patrimonio del cristianismo, cuya “contribución no constituye un peligro para la laicidad de los estados y para la independencia de las instituciones de la Unión, sino que es un enriquecimiento. Nos lo indican los ideales que la han formado desde el principio, como son: la paz, la subsidiariedad, la solidaridad recíproca y un humanismo centrado sobre el respeto de la dignidad de la persona”. Apuntillo, por mi parte: dignidad que no es visible en una sociedad sin ideales, como la nuestra, la de España, donde sólo el dinero y el poder parecen tener cabida.

Esta visita del Papa a la Eurocámara, le ha servido para alertar sobre el desprestigio de unas instituciones “distantes del pueblo”, en un mundo cada vez más interconectado y global, y, por eso, siempre menos «eurocéntrico». Sin embargo, a “esta Europa un poco envejecida y reducida, en un contexto que la contempla a menudo con distancia, desconfianza y, tal vez, con sospecha” (¿no les suena esto como algo muy cercano?), ha querido trasmitirle un doble mensaje de esperanza y de aliento, en la confianza de que las dificultades puedan convertirse en fuentes promotoras de unidad, para vencer todos “los miedos que Europa – junto a todo el mundo – está atravesando”. Esperanza en el Señor, que transforma el mal en bien y la muerte en vida…  y un mensaje de aliento para volver a la firme convicción de los padres fundadores de la Unión Europea. “En el centro de este ambicioso proyecto político se encontraba la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o sujeto económico, sino en el hombre como persona dotada de una dignidad trascendente.”

Confío en haber reflejado de forma fiel las inquietudes de un Papa cercano que sabe decir la palabra adecuada en cada contexto. Ahora, ante una Europa que corre el riesgo de perder lentamente su propia alma y también aquel «espíritu humanista» que, sin embargo, ama y defiende. Será, pues, preciso hacer, a nuestra escala, lo que Francisco ha dicho a los parlamentarios: “les exhorto, pues, a trabajar para que Europa redescubra su alma buena”.