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La niña gitana PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 12 de Enero de 2015 00:03

 

 

 

Yo debo ser un tío raro, porque siempre me ha interesado la etnia gitana, probablemente porque ha sido una comunidad, posiblemente automarginada, pero siempre anatematizada. O quizá por haber defendido mi teoría de que en mi pueblo –allá, en  las últimas estribaciones de la serranía de Ronda, lugar único, por su situación geofísica y su enclave romántico, para ser cuna de de leyenda-  había nacido “Carmen”, la de Mérimée, gitana por antonomasia, mito de la mujer libre.


Más allá del eco que mi trabajo sobre el tema (publicado en la revista de la Universidad de Málaga, “Analecta Malacitana”, en 2002) halla podido tener, la figura de la gitana universal me ha interesado desde siempre, en primer lugar, porque es preciso escribir para saber si tenemos algo en el interior, a modo de viaje hacia adentro que nos sirva para recuperar las raíces. Pero, sobre todo, por que la andadura del pueblo gitano es subyugante y digna de tener en consideración.

La historia de los romà está sembrada de persecuciones. En España (a Andalucía llegaron en  1465), a menudo acusados de brujería, se les persiguió desde 1499 por Pragmática fechada en Medina del Campo. Desde entonces, ha sido la cobertura legal de una represión sin límite que los gitanos han sufrido durante más de cinco siglos. Su forma libre de vivir y su apego a sus propias costumbres y tradiciones,  no encajaban en la sociedad férrea y homogénea que encarnaban los reyes católicos y posteriormente sus sucesores. Todavía, en nuestros días y en todo occidente, se enfrentan a terribles situaciones en las que sus derechos son violados y el ejercicio de sus libertades públicas se ve restringido. Tanto es así que el Consejo de Europa ha denunciado la discriminación que sufren entre 10 y 12 millones de europeos por pertenecer a esta etnia.

Ello tiene connotaciones con acontecimientos análogos que han conmovido, y siguen percutiendo, a nuestra sociedad, lacerada trágicamente por los ataques del terrorismo yihadista a lo que representa París y el enclave socio-cultural de esta vieja Europa. Me van a permitir, no obstante, que deje pasar un tiempo antes de reflexionar sobre acaecimientos tan recientes y sanguinarios que, a mi juicio, no permiten una reflexión serena y apartada de los eslóganes que oscilan entre el “Je suis Charlie Hebdo” y el “Yo no soy Charlie Hebdo”, que se han venido exhibiendo a raíz de la masacre parisién. Hace apenas unos años, con ocasión de los primero ataques de Al Qaeda, El Roto nos mostraba con su sarcasmo habitual la viñeta de un hombre, con un machete de carnicero clavado en el cráneo, que serenamente decía «no me quejo para no crear alarma social». Y llevaba razón el humorista al comentar aquellos momentos de desazón. Creo que esta perspectiva es trasladable a la actualidad, pues en estos días estamos en pleno sobresalto y es conveniente distanciarnos del juicio en caliente, para no agrandar la espiral del desasosiego, de la incertidumbre, del desconcierto y de la angustia social.

Por ello, me permitirán que me quede en unas consideraciones menos relevantes, pero también plenas de desconcierto, ante un hecho ocurrido, unos días antes,  en los inicios de este año,  que –a mi juicio; y ustedes perdonen- merece tanta repulsa, aunque carezca de la misma repercusión mediática.

El caso a que me refiero está relacionado con Maria Francesca, una niña francesa de 10 meses, de etnia gitana, que murió en los suburbios de París, a unos 16 Km. al sur del centro de la capital de Francia. La familia de la niña, desde que llegó a Francia procedente de Rumanía hace unos ocho años, reside (de la misma manera en la que viven otros 12.000 gitanos procedentes de Rumania y Bulgaria) en un campamento gitano, en el distrito de Champlan. Cuando los padres gestionaron el entierro de la niña, recibieron una respuesta inesperada: el alcalde –que para más inri se llama Christian: ¿cristiano?- aseguró que había poco espacio disponible en el Cementerio municipal y la prioridad era para personas que pagaban sus impuestos.

La conmoción moral, social y política, tras la negativa del alcalde ya pueden figurársela. Las asociaciones de derechos humanos, hablan de "racismo, xenofobia y estigmatización" y el presidente de Francia, François Hollande, condenó la actitud y dijo que "no aceptaré la Francia que trata así a sus ciudadanos". Por su parte, el primer ministro, Manuel Valls, escribió en Twitter: "Negar la sepultura a un menor a causa de su origen es un insulto a su memoria y un insulto a lo que representa Francia". Incluso Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional, un partido de derecha abiertamente antinmigración, habló de "un tema bien triste en el que la burocracia barrió el sentido de la compasión".

Amigos lectores, el problema está en la estructura social que nos hemos dado. La consecuencia evidente es la recuperación del discurso político racista, que es el mayor peligro. Y, de ahí, que muchos reclamen un plus de seguridad. Con olvido de la realidad, sustituida por los discursos que cada frente de la sociedad se ha fabricado al socaire de sus ideas. La realidad étnica está ahí. Ya, en su tiempo, Mérimée resaltó las particularidades de este pueblo y  que yo resaltaría han acompañado a nuestros gitanos. Entre los valores positivos se encuentran el respeto a la familia y a los mayores como centro, la hospitalidad, el honor de la ley gitana, el modo de vivir en libertad y, al mismo tiempo, su solidaridad con los de la propia etnia. Cierto que existen disfunciones propiciadas, a veces, por la propia comunidad gitana –por otro lado, no muy distante de otras colectividades-, pero, como indica Francisco en su EG (59): “hasta que se reviertan la exclusión y la inequidad entre dentro de la sociedad y entre los distintos pueblos, será imposible erradicar la violencia… cuando la sociedad abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programa político ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar la tranquilidad… porque el sistema social y económico es injusto en su raíz”.

Un apunte de última hora y de mi peculio particular. Que, por cierto, no es mío sino del pescador de Betsaida. En la lectura de este domingo, nos dice Shimón Pedro que “está claro que Dios no hace distinciones… practica la justicia sea de la nación que sea”. Digo yo que, incluso, aunque se trate de los egipcianos sin patria.