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Setenta y cinco PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Viernes, 01 de Mayo de 2009 09:30


Bonita cifra, compuesta por dos números simbólicos: el siete -panacea recurrente de la cultura- y el cinco  -el número de las vocales y de los sentidos -,  y que es la que se corresponde con los años que hace, desde aquel dos de mayo de 1934, en que nací junto a la Fuente de Gaucín. Desde esta atalaya temporal, intentaré hacer dos reflexiones.
 
 

1ª.- Setenta y cinco años suponen, al decir del salmista y como me recordaba mi hermana Francisca hace unos días, la mediana edad que antecede a la muerte:
 

Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan. 
 
 
Sería, pues, oportuno poner  el acento en uno de los temas más sentidos por la experiencia de la humanidad de todos los tiempos: la caducidad humana y el fluir del tiempo.
 

Este Salmo 89 nos  plantea la crudeza de la vida por cuanto que, con esa velocidad, su lozanía deja paso a la aridez de la muerte.  Hay un marcado descenso en sus versos: Mil años en Tu presencia son un ayer, que pasó pues  nuestros años se acaban como un suspiro; el ciclo anual de las plantas (las siembras año por año); el ciclo diurno de la hierba (que florece y se renueva por la mañana, y por la tarde la siegan y se seca). Así se estrecha la vida del hombre en un sueño, como el heno, la hierba efímera. Sin embargo, y aunque sigue siendo verdad que los años pasan aprisa, el don de la vida, a pesar de la fatiga y el dolor, es demasiado bello y precioso para que nos cansemos de él.
 

Esto me da pie para recordar etapas de mi existencia, que se entremezclan con la historia de gran parte de estos dos siglos. Son recuerdos de hechos ordinarios y extraordinarios, de momentos alegres y de episodios marcados por el desconsuelo. Me vienen a la memoria los rostros de muchas personas, algunas de ellas particularmente queridas: mis padres y los de Pilar, mis hermanos Teodoro e Inmaculada, mis cuñados Mario y Pepe, mi sobrino Teodorito y tantos otros tíos, primos y sobrinos que nos ha precedido y dejaron su peculiar estela.
 

Atrás quedaron una guerra, años de un régimen  y otros tantos de otro -con la diferencia de poder decir públicamente lo que piensas-, la vorágine de unas modas que arrasan estilos y creencias, la innovadoras técnicas que mejoran a veces y en otras demonizan nuestra convivencia… y los afanes que nunca llegan a tiempo y siempre pasan muy deprisa. La niñez con su carrusel de novedades y, para su bien, resguardada en el manto cercano y protector. Los tiempos de hambres y satisfacciones, estrecheces e ilusiones, amores y aburrimientos sin alternativas, olores a tierras húmedas y a humedades, pecados de juventud y desazones de conciencia, generosidades entre egoísmos, el fluir cotidiano de esto que llamamos vida que, en realidad, es como un día que ya pasó: nada.
 
 
Como dice el poeta bíblico, el hombre es fruto de un año, tiempo limitado, hierba que se seca. La fugacidad del presente es como un vuelo. Su contenido es fatiga inútil. No se nos ahorra la fugacidad del presente. Se nos patentiza que la vida en este mundo es una representación y está para concluir.
 

¿Hasta cuándo?, se pregunta el salmista. Incisiva pregunta, pero no creo que sea desesperada, sino que intenta rescatar nuestro tiempo de su inutilidad y vaciedad porque, aunque esté bajo el golpe del dolor y de una punzante melancolía, el poeta no se deja arrastrar por ella. Su manera es demasiado viril para entregarse a estériles lamentaciones.
 

Como dijera Job, nuestra vida en la tierra es como una sombra, mis días han sido más veloces que un correo, se han ido sin ver la dicha. Se han deslizado lo mismo que canoas de junco, como águila que cae sobre la presa, para siempre perecen sin advertirlo nadie. Pero, no importa. Y es que, aunque nuestro exterior vaya decayendo, se renueva nuestro interior de día en día, porque nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una riqueza que debería ser sin fin.
 
 
 

2ª.- Es por ello que, un poco antes,  con el  Salmo 70,  se nos deja constancia de la confianza y agradecimiento de un anciano, que, a estas horas de la vida, es lo pertinente. En el mundo actual muchos ancianos sienten vivamente el abandono  y la sensación de no servir para nada. Este salmo es una protesta contra esta “inutilidad” en nombre del amor, que todo lo sobrepasa, hasta la muerte. Orar con este salmo puede reforzar nuestra esperanza en la juventud de la comunidad, más allá de todas las tormentas y carencias presentes. 
 

Hoy, que parece que nos persiguen por todas parte, hoy que conozco mis deficiencias,  grito 
 

No me abandones,
en la vejez y las canas, 
hasta que sea capaz de describir 
tu presencia a la nueva generación.
 

Resulta, en este contexto, espontáneo recorrer detenidamente el pasado para intentar hacer una especie de balance. Esta mirada retrospectiva permite una valoración más serena y objetiva de las personas que hemos encontrado y de las situaciones vividas a lo largo del camino.
 
 
El paso del tiempo difumina los rasgos de los acontecimientos y suaviza sus aspectos dolorosos pese a que el hombre está sumido en el tiempo: en él nace, vive y muere, y por ello sería posible sentir  como verdadero todo lo que nos recita el Salmo: “Desde mi juventud, fuiste mi esperanza y mi confianza (5), por lo que confío en que  no me rechaces ahora en la vejez, cuando me van faltando las fuerzas (9). Por ello, seguiré esperando (14), y  aunque me hiciste pasar por peligros (20), sé que de nuevo me consolarás (21), por lo que  te daré gracias con el arpa, y,  por tu lealtad, tocaré para ti la cítara (22) y mi lengua todo el día recitará tu auxilio (24).”
 

Asombrosamente, parecen –aunque dichas hace siglos- palabras de hoy mismo, que me salen de adentro en simple ejercicio de plena confianza, ahora,  en que nuestros años se acabarán como un suspiro. Y, en estos momentos, es más preciso que nunca que aprendamos a contar nuestros días para que, aceptándolos con sano realismo, adquiramos un corazón sensato (12) y lo que parece sin sentido cobre su exacto significado.
 

Me escribía hace unos días Francisca, y me contaba su visita a la casa del poeta Pablo Neruda, allá en su Chile natal, cerca de donde ella entrega su vida por los ancianos (mejor dicho, la vida por sus ancianos): “Espero que Dios lo tenga en su regazo a pesar de su ignorancia en Él”,  me contaba confiadamente, al propio tiempo que se asombraba de aquel lugar donde nació el poeta “y  de las maravillas que hablan de la creación donde Dios se mueve y se palpa por todas parte.....la casa es sencilla pero con rincones que llevan a Dios y detalles verdaderamente bellos y con esa vistas al mary esas olas y rocas que nos conmueven sin querer... creo que lo tendrá con El  ya que es misericordioso… yo recé en su tumba, tan fría sin un detalle de Dios, pero vi una cosa que me conmovió: alguien puso en la  piedra negra  de la sencilla tumba un pez –símbolo de lo cristiano- esculpido a cincel....asi lo estará cincelando en la Verdad”. 
 
 
Estas sencillas reflexiones de una monja, Hermanita de los Pobres, ante la tumba del poeta y activista político, son fiel reflejo de lo que estoy intentando comprender: el Salmo, a pesar de sus acentos oscuros, nos abre a la esperanza, el nuevo día que empezamos puede traernos la misericordia del Señor, su perdón, la alegría y el júbilo. 
 

Al sentir crecer dentro de mí una comprensión cada vez más profunda en esta fase de la vida, y pese a percibir, como decía Virgilio, que  "el tiempo se escapa irremediablemente”, me conformaría con poder decir algún día –junto a los que me rodean- que he sido
 

“capaz de describir Tu presencia 
a la nueva generación”.
 
 
Si queréis ver las fotos que me hizo Ilde, pinchad en