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Anecdotario de Gaucín PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Sábado, 01 de Enero de 2005 18:38

 

En mi reciente visita al Cementerio de Gaucín, he recibido la amistosa queja de las hijas de José "Tormenta", indicándome que su padre bien podría haber sido objeto de mi atención. Les he dicho -como ya lo hice este verano- que me parecía recordar que su padre había merecido mi curiosa evocación. Al volver, he comprobado que, efecftivamente, así es, por lo que pongo este viejo articulo -que escribí a principios de 2005- en la sección Inicio para que no pierdan tiempo en buscar el merecido homenaje a este personaje entrañable de nuestro Gaucín. Y, también, para que alguien más me escriba y me diga -como ya lo hizo el amigo Pera Conde, el del Tejar, en relación con la anécdota de Rosendo- que me he dejado algo en el tintero. Lo que siempre agradeceré.

 

 

Es placentero recordar a gentes de Gaucín que, aunque no figuren en el Espasa  ni en otros anales, siempre han estado en nuestro recuerdo y por sus cualidades, sus pequeñas historias, sus anécdotas o sus entrañables acciones, son dignas de ser mencionadas.

Personajes, figuras emblemáticas, personas importantes, notables o ilustres gaucinenses, cuya personalidad es merecedora de nuestra atención.

Me vienen a la memoria gentes y anécdotas que casi todos los mayores recordareis, pero que creo interesante rememorar para los que somos entusiastas de nuestro pueblo.

Al propio tiempo, invito a todo el que conozca alguna anécdota, dicho o personaje que merezca la pena ser reflejado, a que le den difusión, enviándome los datos o haciéndolos públicos directamente, para engrosar el acervo de nuestros recuerdos.

Ánimo, pues, y perdón a quien se pueda sentir mal aludido, en la certeza de que nunca quiero herir sensibilidades y que esta manera de divulgación, aunque tiene sus riesgos, la hago con el corazón en la mano.

** ** **

Era Sebastián Delgado un hombre bonachón, lo que transmitía desde su orondo cuerpo y  se exteriorizaba en su trato ameno y dicharachero, que se prodigaba en  graciosas ocurrencias.

Cojo, no sé si de nacimiento, tenía una sola pierna con la que se movía airosamente a pesar de apoyarse en una muleta mugrienta con la que arrastraba su cojera  -le llamaban "Cojo Palitroque" - y con la que nos amedrentaba jocosamente cuando no le pagábamos la consumición, que era moneda corriente dadas las penurias de la época y las nuestras propias.

Había en su bar una pizarra detrás del mostrador, donde estábamos apuntados todos los zangolotinos deudores, en una lista interminable pero que no nos causaba desazón, pues algunos permanecíamos meses entre los morosos sin que ello nos causara vergüenza alguna. Tarde o temprano, salíamos de la pizarra, aunque por poco tiempo, justamente hasta el siguiente día en que nuestra desgracia en el juego empezaba a engrosar de nuevo los apuntes.

Era fácil en el motejo de cuantos nos arrimábamos a su taberna y quizá el hecho de figurar con nuestros motes en la mencionada pizarra, quitaba hierro al asunto. Todos teníamos nuestro propio apodo, que hacía referencia a algún defecto, cualidad, semejanza o característica de cada uno. A mí me llamaba "Jiménez Azúa" con lo que pretendía reconocer mis méritos de estudiante de Derecho. Mi primo Rafael era la "Araña eléctrica" por lo nervioso que era. Por "Pies de liebre" respondía Antonio el Carpintero. Pablo Domínguez Faura era "el Secretario", con el que mantenía de contínuo el siguiente diálogo: "Secretario, trae la correspondencia. Hay dos letras que pagar. Devuélvelas, que mientras van y vienen hay gente por el camino", y así, una y otra vez... Antonio Molina... Teodoro... Pepe Rubio.... . Manolo Larqué...

Me parece recordar que las tapas eran contadas (se decía, sin ningún ánimo peyorativo, que él se comía los gatos); el vino, el corriente en aquellos años en Gaucín (mosto, peleón de Salas y fino La Riva...); y la copa creo que valía una peseta o una peseta y diez céntimos, pero cuando pagábamos las cuatro consumiciones de la partida -si es que la pagábamos y no subía a la tabla de morosos-, cogía el duro de papel, decía "durito que perdió pies" y se lo metía en la faltriquera; y nosotros nos callábamos porque nuestro acreedor permanente bien merecía esas licencias. Tenía, como todos, ciertas coletillas en el juego y recuerdo que, cuando tenía buenas cartas o mejores fichas, se retrepaba en la silla, que crujía como una endemoniada bajo su corpachón, y decía “que barbaridad ha dicho este gran señor: dice que tiene en la mar un pequeño bergantín y un gran vapor”; y se reía estrepitosamente.

Las partidas eran épicas. Lo más normal era la brisca o el tute (con la consumición en juego) y el tute subastado, aunque también el endémico (que consistía en ganar las menos cartas posibles) y, a veces, el “girsley” y el poker.

Había una mesita con paño mugriento, a la derecha entrando, delante del mostrador, donde él se sentaba con la pata de palo estirada y velaba cuidadosamente que nadie escapase sin pagar; otras veces se ponía recostado sobre el mostrador, con su corpachón pillando la mitad del mismo, mientras tenía en su mano la copa de vino fino  -de forma cónica, que también era apropiada por el "chiquito y copa" mañanero-  o la caña con el mosto de Manolito, de mi abuela o de Calvente, lo que se conocía como "calimocho" (el vino "peleón", el llamado “valdepeñas”, solo entró en nuestro pueblo en años recientes).

A veces, creo que con mas frecuencia que la debida, se unía a nuestras partidas, que se celebraran en la habitación contigua, a la izquierda de la entrada, que era espaciosa pero oscura como la boca de un lobo, sobre todo el fondo donde apenas llegaba la luz de la ventana. Creo que había dos mesas camillas, más grandes, donde se formaban las timbas, aunque me parece recordar que también existía una mesa de mármol donde se jugaba al dominó.

Muchas veces las partidas terminaban como el rosario de la aurora.

En una ocasión, uno de nosotros, cuyo nombre me reservo porque ya murió, echó una guindilla al brasero de cisco o picón, con objeto de escamotearse de una mala racha, y se formó la de Dios es Cristo. El pobre Sebastián (al que motejábamos con la siguiente retahíla: "Sebastián Delgado y Gómez, de la Herranz y Salvador de la Hache, Bar La Cojera, calle La Palitroquera"), que padecía de asma, tosía como un condenado y tuvo que salir de forma apresurada a la calle, dando cojetadas, mientras caía un chaparrón de padre y muy señor mío -como los que entonces caían en Gaucín-, y lo estoy viendo apoyado en la pared de la pescadería, manteniéndose a duras penas en la resbaladiza pendiente, enfrente de su bar, dando suspiros, con las lágrimas a borbotones y gritando "Ay mamaíta, me han matao, me han matao", mientras unos se reían a carcajadas y otros permanecíamos asustados creyendo que le iba a dar algo malo y nos lo habíamos cargado.

Me enteré recientemente, rebuscando datos en el Ayuntamiento, que fue Concejal en tiempos de la República y consta un acta del Consistorio que fue nombrado comisionado para ir a Málaga a exigir al Gobernador que enviase el dinero para el subsidio obrero.

Nunca trascendió entre nosotros su ascendencia política. Solo recuerdo que era un buen hombre, y creo que, en el fondo, nos apreciaba, pese a las trastadas que le hacíamos. Era un personaje de los que no se olvidan.

** ** **

Relacionado con este tema del juego, recordaré a otro personaje de aquellos tiempos entrañables.

Se llamaba Francisco Domínguez Ahumada, alias "Pescuezo Limeta", "Duque de las Ahumadas" y otras yerbas.

El Duque de Ahumada era un bohemio, del que nunca supe su oficio ni su beneficio. Lo cierto es que todos los días, puntualmente se personaba en el Casino a echar sus partidas. Claro es que, aunque a veces jugaba con nosotros, la "chivarrá", su especialidad eran las partidas de fuste.

Su porte era distinguido, o, al menos, a mí me lo parecía, aunque siempre portaba el mismo terno, limpio pero ya brillante y desgastado por el uso. Andaba despaciosamente sin mirar a los lados. Entraba ceremoniosamente, saludaba escuetamente a Andrés "el manco", el Conserje, que se encontraba en su cuchitril bajo el hueco de la escalera, subía lenta y firmemente las escaleras hacia los salones de juego, como un auténtico Jhon Waine y entraba solemne en la sala donde se le esperaba o se le hacía sitio de inmediato.

A propósito de Andrés el manco, recuerdo que traía con su mano útil, la cajita con las fichas del dominó o el paquete de cartas y en un gesto que siempre me fascinaba, las esparcía solemnemente sobre el mármol o sobre el tapete, pese a la inutilidad de una de sus extremidades.

En las partidas, el Duque mantenía su pose y desarrollaba en rito ceremonioso y pausado, aderezando los finales de cada mano o juego con comentarios llenos de ironía y jocosidad. Tenía un argot característico y recuerdo una de sus frases favoritas: "tiene usted una suerte insorbitante". También, recalcando las vocales mal utilizadas, apostillaba esta otra: "posistes el seis doble y pasemos". Me cuenta Miguel Calvente que Paco Ahumada decía "te he dicho que no te quiero, a la anterior tampoco la quise, solo he querido a una, y esa ha sido mi madre".  Teodoro me dice que otra expresión típica era “eso es: ahora pones el seis, cerremos, pasemos todos y a tomar por donde amargan los pepinos”. Cuando yo lo conocí me parece recordar que ya había enviudado de una señora mayor de Casares.

 Insistiendo en el tema del juego, no es preciso que ponga de relieve que, en los años cincuenta, cuando todavía no se había impuesto la televisión (recuerdo que la primera tele familiar que funcionó en Gaucín, fue la de mis cuñados Salvadora y Teodoro, a quienes les tocó en un sorteo de la Caja de Ronda, y era de ver el rosario de visitas para  contemplar la maravilla en blanco y negro), el entretenimiento local era el juego, en el Casino o en los bares porque el gremio de bares ha sido de los más tradicionales y característicos de nuestro pueblo. En el Anuario de la Provincia de Málaga de 1917 se encuentran reseñados los Hijos de Blanco  y Fernando Medina (cuyas filiaciones y ubicación desconozco), Pascual Molina, Juan Nieto (que era un antiguo café que había en la plaza de la Fuente, que en mis tiempos estuvo regentado por Pedro Nieto y, después, por su hermano Joaquín y, últimamente por Señor Joaquín) y Juan Real (no sé si se refiere a Juan el del Puerto del Pan o al bar de Dieguito y Eduardo).

Juan Real, el del Puerto del Pan, una vez compró una partida de tabaco de contrabando y lo engañaron porque los paquetes del “Cubanito” estaban rellenos de estiércol; no obstante, tuvo la santa paciencia de fumárselos lo que justificaba porque su dinero le había costado. En el tiempo del mosto, siempre nos decía “tengo un mosto que es cagarse” y en una ocasión Manolo el Vaquero pidió un vaso e invitó a los de la barra y, a la hora de pagar, le dijo a Juan que ya se lo pagaría, exclamando éste “ahora si que es cagarse”.

En mis tiempos, los bares más famosos eran los de Eduardo Real –conocido por el bar de “Dieguito”- (en donde degustabamos lo que llamaba "ponche", que era un vaso de agua caliente con coñac, azucar y canela) el Hormiguero y el de Godino, en la esquina de las calles Bancos y San Juan de Dios, el de Juan Real en el Puerto del Pan, el de Antonio Moya –pintor naif-  que después se llamó del Pajuelo, el ya citado de Sebastián Delgado y el de “Chiquilitrés”, que era al mismo tiempo churrero; recuerdo, sobre todo, los buñuelos  -rica tradición prerrománica hoy extinguida- que hacía su hija “Currita” en la Feria de Agosto y en el Santo Niño, con una habilidad inigualable haciendo con tres dedos los redondeles de masa, con su hueco central, que una vez esponjados e inflados en el aceite hirviente se sacaban con unos palillos quemados por las puntas e introducidos en unos juncos. Que ricos en aquellas madrugadas veraniegas...

Fernando Gil, “Chiquilitrés”, tiene una de las más entrañables anécdotas que recuerdo. Había un Oficial del Juzgado que, por razones que ahora no puedo precisar, pasaba estrecheces económicas y era dado a trampear. Cuando tuvo que marcharse del pueblo, debía en todas las tiendas y establecimientos y su hermana, que era muy dulcera, tenía una buena cuenta pendiente en la confitería de Chiquilitrés. La mañana en que se marcharon de Gaucín a su nuevo destino sin, por supuesto, liquidar sus deudas pendientes, el señor Fernando se acercó al coche a despedirlos y les rogó, de todo corazón y sin segundas intenciones, que le aceptaran una buena bandeja de dulces para el camino. Un gran señor.

**  **  **

En los bares, como ya he relatado, se jugaba al dominó (especialmente al chamelo), a las cartas y quizá algún otro juego. Personalmente, me encantaba jugar con Joaquín Nieto Román, Salvador Castilla Holgado y Juan Hidalgo Martín.  Recuerdo a Salvador Castilla y su afición al dominó, del que yo era asiduo compañero de partida. Le molestaba sobremanera el ruido de los fichazos cuando se cerraba. Su hijo, Juan Luis Castilla Nieto (a quien di clases de bachillerato por los años 49/50, mientras que yo estudiaba Derecho) también es aficionado empedernido al dominó y a él se debe el enorme "seis doble" que está en el frontispicio del túnel de Zarzalejos de La Cerradura, en la Autovía Bailen-Granada-Motril, de la que, como Ayudante de Obras Publicas, ha sido supervisor durante su construcción, en los años 90.

Mi cuñado Teodoro, experto jugador de dominó, me rememora  la jerga  de las cartas (picos, lanzas, carabinas y morteros) o aquellas expresiones empleadas en las solemnes partidas de dominó, como llamar al blanca uno,  "Don Luis Pitín", o "A tres del mes, toros en Jerez" (utilizada muy solemnemente por Sebastián Delgado "y Gómez, de la Herranz y Salvador y de la Hache"), o aquella otras de "Betún pal pelo y aceite pa las botas" (seis doble), "La blanquita melé" (blanca doble), etc.

Me dice Pepe Faura que tío Joaquín de Molina tenía un dicho, en el dominó, cuando alguien no se doblaba, que decía: “esto es como el que se la mete a una gitana, que ni pierde ni gana”. También se empleaban las de  "su merced Galíndez", "esto tiene miga y usía" y otras. Se dice que D. Manuel Ortega apostillaba cuando dudaba en la ficha a poner  aquello de "si por la tierra mos cansemos, y por la mar mos mareemos, para que leche servemos" o la más escatológica de "malo si me peo, peor si me cago"·.

Sobre este uso del "mos", me cuenta Teo que un Concejal, con ocasión de la visita del Gobernador Civil, quiso invitar en el Casino y sintiéndose muy fino dijo al camarero "llenamos" y, ante la mirada incrédula del dueño del bar, le insistió "he dicho mos".

                                                   ** ** **

Entre los dichos y ocurrencias de nuestro pueblo, mi primo Teo tiene un argot característico reduplicativo: que viene un "coche o papús"; que mala es la “vejez o senectud”; y otras.

Otras expresiones típicas de nuestro pueblo –según me indica mi cuñado Miguel Vázquez- son:

-esta niña está "folla" (la expresión "folla" se utiliza para indicar que una persona está floja, lacia o a las cosas deslavazadas; MM da una acepción que viene de follón, como falso)

-"mayo lo dirá" (significando que todo tendrá su explicación)

-"te da el palo" (sirve para salir del paso o para engañar)

-no puedo remediarlo cuando "me entra el abriero de boca",

-Frasquito, el abuelo del Alcalde Francisco Gómez,  usaba con frecuencia la expresión "Mejor sería" para dejar las cosas como están y "mañana te fumas dos" cuando Antoñico, el gitano, le pedía un cigarro y el no se lo daba justificando su negativa con dicha esperanzadora respuesta.

-“Habla mas que el Chingo”. El huerto del Chingo estaba donde actualmente está la urbanización El Naranjal, y era donde descansaban los Pescaderos que venían en caballerías desde Manilva.

-“Angarilla”, no como parihuela, sino para referirse a un portón de alambrada sobre ramas para cercar las heredares

-“Rebujina”, reunión revuelta, se decía por los niños cuando jugaban: “rebujina, rebujina, cada uno a su esquina”.

-Cuando se iba muy elegante se decía va de “disanto” o va de abolengo

-“En chuchas o a borombilla”, llevar a alguien en las espaldas o en los hombros, expresiones que no he encontrado en los diccionarios clásicos en estos significados, aunque sí figura “bomborombillos” (en vilo) en el Vocabulario Andaluz de Alcalá Vences lada y en el de la RAE (a horcajadas, sobre los hombros).

-La ceniza del “picón” de los braseros se echaba en la colada y se usaba también en el agua para el lavado del pelo, aparte del vinagre.

-“Cuarto y mitá” es de frecuente uso en Gaucín en las compras de alimentos. He visto la expresión similar "Cuarto y medio", en el relato del Real de Málaga, en su conquista a los moros en un contrato con un calafate de una carabela, que recibiría trece mil maravedíes y diez quintales de bizcochos por noche y que de las presas que Dios le diere, ayan "quarto e medio" (ver González Sánchez, “Málaga: perfiles de su historia” en doc. Del arch. Catedral (1887-1516), p. 59). En MM no encuentro cuarto y mitad, ni en "Cuarto" ni en "Mitad", aunque sí figura en el de la RAE. En Gaucín, se emplea por personas necesitadas que no tienen bastante dinero para comprar mas de un cuarto de kilo de algo, pero que considerar que ello no es bastante alimento  y piden temerosas la mitad de un cuarto, como añadidura.

Voy a reseñar, para terminar con este tema, tres dichos –jocosos y picantes- que me recordaba mi primo Pepe Faura. Uno atribuido a tío Joaquín : “a caballo grande y hombre guapo, carretera y papo”. Otro que es de esta guisa. “No hay atajo sin trabajo / ni árbol como el madroño / ni agujero como el c. / ni cimbel como el carajo”. Y, para final, uno que decía un paisano, cuyo nombre ahora no recuerdo, cuando ya estaba entrado en años: “me voy de este mundo con dos penas muy grandes: no haberme montado en el tren ni en la mujer de otro”.

**  **  **

Volviendo a los personajes, uno célebre fue "Castoro". Con motivo de la construcción de la carretera de Ronda a Algeciras, llegaron al pueblo, al terminar la guerra civil, una serie de personas que después arraigaron definitivamente. Castoro era una de ellas. Se llamaba Juan de Dios Caballero Sánchez y estaba casado con Catalina. Vendía y rifaba de todo y, cuando no se encontraba al ganador del corte de barajas, lo que sucedía con demasiada frecuencia, el premio se lo adjudicaba a “mi hijo Jorjito”. Para atraer a las mariquitas, cantaba por las calles: "Niño asómate a la ventana/ y dile a tu mamá / mamá Castoro trae avellanas / calentitas y bien tostás". Me han dicho que un hijo de Castoro ha sido Alcalde de Castellar de la Frontera,  a donde se trasladaron desde Gaucín. Castoro llegó a engañar a Paco Avilés, quedándose con el aceite de una damajuana y, para justificarse, derramó por la cuesta del Convento poco más de un litro.

Bordallo, también compañero de  Castoro, vivía en el callejón de la puerta falsa de mi abuela María, donde nosotros vivimos muchos años. Esa esquina me trae a la memoria dos datos que reseño. Uno, que en dicha casa se murió no sé precisar quién, pero sí que fue la primera vez que me enfrenté a la muerte y tuve el valor de amortajar a aquella persona, a quien ni siquiera conocía. La otra anécdota, que allí fue la única vez que mi padre me dio un guantazo, que yo no llegué a comprender en un primer momento, pues fui con mi buena voluntad a decirle, mientras él subía por la cuesta, que el camión había terminado de descargar los muebles que los había traído desde Granada -sería por el año cincuenta-, y cuando iba a preguntarle el motivo de tan sorprendente agradecimiento me di cuenta de que llevaba un cigarrillo entre los dedos; mi osadía de fumar en su presencia a los dieciséis años, había recibido su justo castigo.

Luis Cantizano, otro de la pandilla, que era aficionado a empinar el codo, se compró, no sé con que motivo, la única chaqueta de su vida y la mujer le advirtió que no se la llevara a una boda. Cuando volvió, venía sin la chaqueta y la mujer le preguntó por ella y él le dijo, me la dejé donde cagué, y a la pregunta de donde había hecho sus necesidades, Luis contestaba, en donde me dejé la chaqueta; y de ahí no salía; ni, por supuesto,  la chaqueta apareció.

 De José "Tormenta", el cartero rural que recorría a pié, y a diario,  todos los pueblos del bajo Genal, me cuenta Juan Luis Moyano que una vez se cayó y le pusieron un apósito en la cabeza, y uno que quiso restar importancia al accidente y le dijo que aquello no era nada, recibió la airada respuesta de Tormenta diciéndole, "no es nada pero llevo tres pueblos andados y todos me han preguntado que qué me pasa". Qué tiempos aquellos en que los dineros se ganaban de verdad, a base de "sangre, sudor y lágrimas".

El “Charri” solía decir que había visto a un forastero que viene de fuera y a un transeúnte que va de paso y contaba que había llevado a su mujer al médico de Ronda con una carta de recomendación del médico de Gaucín y que cuando la leyó “me derpertigió a mi y derpertigió la carta, diciéndome que tu mujer lo que tiene son supuritis”. También es famoso el episodio con el Catalán y su mujer y como justificaba el haberse confundido de lecho marital, diciéndole al Juez “ya ve usted si estaba confundido que, cuando me metí en la cama, le dije “játepayá”.

Algunos paisanos, cuando salen de Gaucín aunque sea por poco tiempo, vuelven algo subidos de tono, y eso le pasó, según me cuenta Salvador Moncada, a Márquez a quien su abuela fue a saludar y le dijo “retírese, retírese, no conozco” y ante la insistencia de quien le decían si es tu abuela, el contestó “pues sería pequeña cuando yo marché”; también se le atribuye aquello de que, refiriéndose a los tejados, decía “o ellos han menguado o yo he crecido”.

Otro personaje de la época fue Juan "Catre Fués" como él se llamaba (Calle Furest), “el mudo”, entrañable amigo, que nos entretenía con sus interminables "charlas" gestuales: Rafael era señalado con los puños en la frente en actitud estudiosa; Teodoro con un bigote; Mario, con los dedos simulando una estrella en un gorro militar; Pepe Rubio, con los dedos quitándose una pelusilla;  yo, con los dedos haciendo unos cristales junto a los ojos, porque tenía gafas, y si no lo entendían, insistía haciendo una señal con la mano como de vivir junto a la cárcel, unía las manos como esposadas; Pepe Hidalgo lo pronunciaba con aquella voz gutural y profunda "zapatoooon". Para indicar que iba a orinar, se refregaba, no sé por qué, el pulgar con la solapa de la chaqueta o de la camisa. Para decir que alguien era un guarro, se ponía la mano debajo de la barbilla y la movía repetidamente; para  indicar desprecio, se sacudía la manga.

** ** **

Como acontecimientos reseñables de aquellos tiempos pasado, expongo algunos que recuerdo. Parece ser que el primer coche particular que vino a Gaucín, lo guardaron, poniendo unas tablas especiales en el dintel de la puerta, en casa de la "Panginga" y su marido Andrés Andrades, en la calle Larga, por debajo de Juan Moyano,  pues era el único portón en el que podía entrar un coche.

El primer automóvil que tuvo concedido el correo ferroviario, fue el de mi padre, creo que era un Studebaker, que hacia el recorrido de la Estación de Gaucín. Me dice Rafael Jiménez Galvez que él recuerda que dicha "diligencia" la tuvo después Félix Domínguez y lo encerraban en El Canapé. Posteriormente lo adquirió Salvador "el chofer" y todavía recuerdo como venía la gente de pie en el enorme estribo, las gallinas en cestos que llevaban las recoberas, hombres sentados en los guardabarros, etc. Y atrás el gasógeno y su alimentación de carbón o leña.

El “Corral del Concejo” se llamaba un solar vallado que había en donde ahora está el Mercado de Abastos, también en alto, con las escaleras de acceso, como las actuales, en donde se daban los teatros y, sobre todo, las "variettes" de aquellos tiempos. No sé por que razón pero creo recordar que el local estaba alquilado a Manolito Serrano y Pepe González, o, por lo menos, estos eran los empresarios de las "Compañías" como las llamábamos, que venían de tournée por Gaucín y los pueblos aledaños. Eran la Compañías mas celebradas en aquellos tiempos, las de Manolo Caracol, Lola Flores, Antonio Molina, Farina y otros y que eran jaleadas por los revoloteos de los trajes de gitana y las piernas que dejaban entrever. Eran imprescindibles en aquellos tiempos, me parece que actuaban en los momentos que les convenían a los empresarios, según itinerarios obligados por las distancias y las malas condiciones de la red de carreteras, muchas veces sin ser feria. A los niños no nos dejaban entrar pero, de alguna manera, las veíamos o entreveíamos por los tableros. Que tiempos aquellos en que no existía televisión y todo era mas real y deseado.

Quizá sea interesante, por último, referirse a una serie de personas –los limpios de corazón- que forman parte de la vida cotidiana de un pueblo y que, sin embargo, para algunos están como marginadas, para otros, con alma ruin, son objeto de risión, pero que para la mayoría, son seres entrañables, puros, incontaminados. Desde luego, para mí, merecen todo el respeto y atención.

Son los lisiados, minusválidos, dementes, desposeídos, tontos que van desgranando sus días por las calles de los pueblos, que a todos hablan y van diciendo sus  -y casi siempre no tanto-  incoherentes discursos.

Los tontos de Gaucín fueron motivo de preocupación para el último Premio Nobel español, Camilo José Cela, quien se ocupo de ellos en su celebre sección "El jugo de los tres madroños" del periódico "ABC". En un ácido artículo, con peyorativas consideraciones hacía el alcalde que había dictado un Bando prohibiendo trasegar vino a los tontos de nuestro pueblo, al que tilda de "monterilla con ínfulas de dictador" en su pretensión de aplicar la ley seca. Me parece demasiado crítico, pero quedaron inmortalizados por Cela los "Juan Márquez, alias el tonto del circo, Salvador, Rosendo, Marcelino Núñez, alias Cadú... " como tontos oficiales de Gaucín. De todas formas será justo matizar, aparte de que Cadú no tenia esta condición, que, en realidad el Alcalde se estaba refiriendo a todos los que se emborrachaban y eran la risión del pueblo, por lo que, con mayor o menor fortuna, prohibía que se les sirviera vino para evitar las mofas de los convecinos. Lo que pasa es que Cela tenía que dramatizar para que le "saliera" el artículo.

A mi juicio, son dignos de tener en cuenta:

"Ñames", el buen tonto con su eterno bastón.

Juan Moya Llaves, “Juanito  el tonto”, recorriendo las calles con sus manos a la espalda mascullando interminables letanías, que murió en Málaga a donde se lo había llevado el bueno del Padre Jacobo. A su muerte, me dice Nieves, se encontró un cajón de la cómoda lleno de relojes viejos y de cadenas de medallas, de los que era coleccionista.

“La Corrocochina”, que vivía en la calle Alta, y recitaba una larga letanía que siempre terminaba con el estribillo de "ina, ina, ina...".

“El tonto de la Mora”, que decía tartajoso "viva la quinta del quinquinqué" y lo encontraron un día retozando con una moza tal como lo trajo su madre al mundo, y ante la indicación de que se vistiera, contestó "no me visto, no me visto, las huagas (cardos borriqueros sobre los que se encontraba la pareja) me parecen un colchón de plumas"

Rosendo, con su eterna sonrisa, siempre de ronda por las ferias y a quien recogí en un óleo dedicándole estos versos que decían:

 

Juana (la Norisca), terror de mi adolescencia, que vivió encadenada y, en momentos de semilucidez, suelta, se escapaba  y recorría las calles dando voces, con el consiguiente susto para los niños.

Triste destino el suyo, como el de Rosalía, la Palitos, que me dicen era rubia, guapísima y que como estaba loca, su padre durante el día la amarraba a una higuera en la Sierra del Hacho.

Isabelita López, separada de un militar, de triste figura, de puerta en puerta solicitando una limosna y ofreciendo sus encantos.

Los “Pantostaos” ( de apellidos, Silverio Moya), Joselito y Damián (que se peleaban entre sí, echándose a la cara una supuesta y vieja profesión de las hermanas) y Gabriel, trabajador incansable al servicio de Antonio Hidalgo y Barbarita, Anita, Carmen y Teodora, todos hijos de María la Cunera.

“La sorda Luque” o Juana "Pichi", de Benarrabá, diciendo "callar y andar".

Nicolás Ocaña, "Lalá", a quien la chiquillería gritaba "Nicolás, Lalá, las gallinas se te van, por allí, por acá, por la puerta del corral" y le tiraban inmisericordes piedras.

"Ramoncito" y su incansable tren: "piii, piii, cha cha chá, piiii"

Angelito "el loco”.

“Salvador el tonto”, pidiendo siempre un durito y repitiendo incansable "D. Teodoro, D. Mario, D. Teodoro, D. Mario... ehhh". Y, cuando se enfadaba, que era siempre, gritaba "Ay Joaquín, por Dios, una cajita negra... y al panteón".

En fin, "La Tinta":

Antonia  mirada huida,

el cuerpo vencido

negado al amor.

El pelo ralo, engrasado,

sucia hasta la aversión.

Yo te retrato

y te pido perdón.                      

     

He recibido un cariñoso email de nuestro buen amigo Pera Conde Valmorall, un paisano, ahora arraigado en Catalunya, que en muchos momentos de su niñez merodeaba por El Tejar, frente a La Lobería, en el que me cuenta una graciosa anécdota de otro entrañable paisano, que paso a transmitiros y que incorporo gustosamente a este Anecdotario de Gaucin.

Como sabéis, el paraje a que me refiero es uno de los más atractivos de nuestro pueblo. A sus pies nacen las aguas de la Fuente Pilatos, o, por lo menos, en nuestros tiempos, brotaba de ella un hilillo de frescas aguas que nos servia de pretexto a los enamorados para recorrer el sendero, con la inocente ilusión de recoger cualquier florecilla silvestre para ofrecerla a nuestras novias, como entonces se llamaban las que luego serian nuestras mujeres. Por supuesto, nunca en solitario, sino en unión de otras parejas que mutuamente nos servíamos de carabina en aquellas locas aventuras por el Camino de la Fuente Pilatos.

También conocéis que  sus faldas están  pobladas de chaparros, acebuches y otros arbustos propios de nuestra tierra, que se han utilizado para los hornos de cal, reminiscencia quizá de los recocidos de los metales ferrosos de tiempos ancestrales, y todavía me parece vislumbrar los chorrillos de humo que se veían desde el pueblo.

Quiero recordar que una finca también denominada La Lobería perteneció a mi abuela Francisca, la Serrana, que la habia heredado de sus bisabuelos José Serrano Valdenebro y Buenaventura Sanchez, según consta en una escritura de hipoteca extendida en 1814 por esta ultima. Mas recientemente, y en la continuación de los referidos montes, por el lado de acá del camino de la Garganta de las Palas, mi suegra tuvo un pegujal al que llamaban La Viña, que después vendió a dos hermanos, cuyos apellidos o apodos no recuerdo de momento, que por cierto tienen una anécdota, que no me resisto a contaros.

Resulta que mi suegra tenia arrendada, o quizá dada en aparcería, la referida viña, antes de vendérsela a los referidos hermanos, los que, de vez en cuando, iban por la casa para hacer cuentas. En una ocasión, habiendo fallecido la madre de ambos, mis cuñadas les dieron el pésame y cortésmente les preguntaron como se encontraban, a lo que uno de ellos respondió “mi madre, la pobre, ha descansado, pero a nosotros nos han dado por culo”.

Bueno, pero me estoy apartando de mi propósito que no era otro que transmitiros la anécdota que me habia contado nuestro amigo, el de “El Tejar”.

Pues resulta que, por los años sesenta, el bueno de Rosendo vivía con su abuelo “Chiru” en una finca, plantada de viñas e higueras, situada en el camino de Ronda, conocido -me dice Pera- como “Carreterilla Vieja”. En este camino o carretera vieja de Ronda que discurría un poco mas arriba que la actual carretera, también me han dicho que se encontraba el  “Ventorro La Culilla”, antes de llegar al Salto del Cura (mi cuñado Miguel dice que también se conoce como “Asalto del Cura”, por un episodio relacionado con los bandoleros decimonónicos), que no debe confundirse con el “Ventorro de las Corchas” ¿Os acordáis de las verbenas por el día de San Juan?

Quedamos en que Rosendo vivía con su abuelo en su pindolo, emplazado en La Lobería.

Pues, bien, en algunas ocasiones este lo enviaba a recoger higos con una cesta, de aquellas de mimbres o de esparto, para que los llevase a una choza que tenia en la finca, con el fin de exponerlos al sol para que se pasaran o secaran y sirvieran para hacer los celebres panes de higos o para comérselos secos, que también estaban riquísimos. Recuerdo que los abríamos y le metíamos una almendra o media nuez y estaban para chuparse los dedos, lo que, materialmente, era necesario porque se te quedaban pegados de la miel que destilaban.

 El bueno de Rosendo, en vez de hacer lo que el abuelo le encargaba y, ni tan siquiera, de comerse llana y simplemente los higos, tenia un entretenimiento que Pera observaba desde el tejar de su padre, y consistía en que se subía parsimoniosamente a la higuera, recogía los higos mas maduros y, después de bajarse del árbol, los ponía en una honda y, como un nuevo y seráfico David, los lanzaba con todas sus fuerza al espacio infinito al grito de “al pacero”, que, como sabéis, es el lugar donde se exponen los higos al sol. Ya podéis imaginaros lo que pasaba.

Para terminar, os remito a mis apuntes “Veinte pinceladas para unos versos”, en donde retrato a Rosendo con tiernas trazos de comprensión y digo de el

Sonrisas perdidas

labios entreabiertos,

nacaradas risas

de inocentes paseos.

Para terminar abominando de tantos bobalicones como se ríen de las almas inocentes, a los que digo

Las mofas rebotan

macabros reflejos

en máscaras rotas

de tu propio espejo.