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¡Gaucín del alma! PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Martes, 31 de Enero de 2012 12:32

 

Me consuela saber que siempre hay un lugar para colgar la ropa y la tristeza

y que está cerca del lentisco que muerde con rabia de siglos en la pobre tierra,

allí mismo donde el quejigo desgrana la corteza reseca de nueve años.


Después de descansar abandonado en los pliegues más profundos,

aquella mañana me preguntaba por las cosas de mi pueblo.

Perdidas en el recuerdo pero que debían llenar mi corazón vacío.


Estaba tan profundamente desprendido y nostálgico

que necesitaba volver a hurgar con inquietud en mi conciencia,

aquella que siempre vivía sobornada por piadosas mentiras.


Lo primero que reverberó como un hilo unido a mis ancestros

fue el vino imposible, avinagrado y seco de las vides del Montoro,

aquel que mi abuela vendía en jarras de cobre antiguo, litro a litro.


La estoy viendo junto a la mesa llenar con la ayuda de un embudo

la botella verde que la niña –entre flaca y misteriosa- le ofrecía,

mientras dejaba en el hule de las mil rendijas el níquel de los reales.


Ella corría  a dar al padre el tesoro que restañaba sus heridas

y mi abuela limpiaba la cuartilla y quedaba a la espera,

bordeando lentamente con las muletas la mesa de roble carcomido.



Ya no veré más veces sus manos arrugadas

brillar en el cristal de la damajuana,

ni habrá lugar para podar las vides

que se perdieron en sus entrañas.

Ya sólo resta esperar  a ser el polvo de sarmiento

que de nuevo riegue tus tierras.

¡Gaucín del alma!