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Madrugada PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Viernes, 14 de Abril de 2006 17:49

Esta evocadora palabra, Madrugada, anuncia, en un espectacular cartel, para todos los jiennenses la gran fiesta de hoy. Lo mismo que “la madrugá” convocará a los sevillanos este viernes para ver la Esperanza, la Macarena, el Silencio o el Gran Poder. Con el mismo encaje, el esperado “encuentro” congregará a mis paisanos en el callejón de los gitanos de mi pueblo malagueño. Es lo mismo. Que más da, si toda nuestra Andalucía tiene que exteriorizar como en una profunda, extensa y anual terapia de grupo. Sin que ello sea algo movido por el miedo, la represión o las amenazas infernales, como he leído recientemente en este mismo periódico.

Posiblemente sean una muestra de la fe del arriero que tan bien se nos da. Entre exclamaciones sonoras, irreverentes e, incluso, sacrílegas expresiones, dichas de boca para afuera, azuzamos a la burra, tiramos de ella y, si es preciso, nos echamos a las espaldas el costal de contrabandista y no dejamos de tirar y tirar, subir y subir las empinadas cuestas de nuestra accidentada geografía, hasta llegar al destino previsto. Cuantos sudores, cuantos sacrificios hasta llegar al final de nuestro calvario, pero que tranquilidad, que confianza, que satisfacción cuando alcanzamos nuestro particular Gólgota. Yo, que nunca he sido enfervorizado seguidor de estas muestras de religiosidad, hasta el extremo que rehúso participar en procesiones y otras muestras propias de estos días, me pregunto, si todo queda en eso, si nuestra creencia es tan superficial como una fiesta con faralaes o como una procesión rematada en peineta española. Si convirtieron la Semana Santa en un espectáculo, en mera fuente de ingresos turísticos o en una interminable procesión de hipocresía. Pero, no. La figura del Abuelo asomando su corva espalda entre las tinieblas de la Catedral que levantara el maestro Vandelvira, queriendo salir a las calles de Jaén, como ascua áurea, entre tintineantes luces doradas y rodeado de claveles rojosangre y lirios morados. La madrugá sevillana, con todo su barroco esplendoroso, plasmado en sus inigualables pasos y vivido paso a paso por los que la padecen en carne viva.

El encuentro en el callejón de los gitanos de mi blanco pueblo, de dos sencillos pasos con una Virgen y su Hijo en la Cruz, apenas alumbrados con cirios blancos y levemente adornados de claveles rosa pálido con azahar. Estos tres ejemplos de nuestra religiosidad, son, me atrevo a vislumbrar, mal que les pese a más de un intelectual de última hora, algo más que una muestra de simple folclore andaluz.

A mi juicio, y así lo proclamo sin falsos orgullos ni timoratos recelos, deben ser anuncio de que algo amanece en nuestras conciencias, de algo que trasciende mas allá de la simple sensiblería. Es como, si de verdad, quisiéramos recoger el velo de tantas verónicas para enjugar, junto al Abuelo, los sufrimientos de los que nos rodean. Como si esperásemos, en nuestra particular catedral y junto a los presos sevillanos, la madrugá que se avecina todos los días de nuestra vida. Como si, junto al gitano encuentro del Hijo y de la Madre, supiéramos que tenemos un lugar preferente para el amor. Como si…