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Cuento de Reyes PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Viernes, 06 de Enero de 2006 18:08

No podía creerlo. No se hubiera figurado lo que esta mañana de Reyes le habían regalado. Y eso que, a lo largo de su vida, había recibido muchos y espléndidos regalos. Verdaderos o soñados, como en una lotería sin fin. Sólo en una ocasión tuvo un sueño desagradable, en el que, en las orfandades y las tristezas de aquellas epifanías de posguerra, era una niña a la que le habían robado un padre y a quien le echaban una muñeca con una gran cabeza de cartón y un gran lobanillo en el cuello que inexorablemente se repetía año tras año.

Salvo en esa ocasión, siempre había tenido sueños y despertares alegres. Siempre recordaba con nostalgia y cariño aquellos juguetes de hojalata que no se rompían hasta que no te sentabas encima de ellos; los caballos de cartón que no podían dejarse a la intemperie por si una lluvia imprevista los
destripaban; o los que se reducían a una cabeza unida a una caña que
eran tan veloces como tus piernas lo permitían. En una ocasión ya lejana,
recordaba que había matizado largamente con el vapor de su aliento el
escaparate de una tienda de quincalla donde se ofrecía un solo juguete
que era la envidia de todos sus amigos: una hermosa carroza, tirada por
dos caballos de madera. La mañana de Reyes de aquel año, pudo mostrarlos con orgullo y complacencia a la envidiosa chiquillería. Y, para qué hablar de aquellos ejércitos de plomo, que siempre militaban en el lado de los buenos por lo que, también siempre, ganaban las guerras a los soldaditos malos.


Pero nada era comparable al gozo de esta mañana, en la que se encontraba
en una cama de blancas sabanas. Y eso que una vez soñó que le habían regalado una novia blanca y radiante, para toda la vida; aunque, por una extraña circunstancia, que no llegaba a explicarse, resultó que no pudo nunca jugar con ella, salvo en sueños dentro de otros sueños.
Tampoco era aquello parecido a la ocasión en que soñó que había ganado
unas elecciones y, a mayor abundamiento, lo habían nombrado alcalde
de su pueblo y tuvo un gran orgasmo de poder, del que nunca logró recuperarse. No, la verdad es que no podía creer lo que aquella
mañana de Reyes veía desde su ventana, por la que un lejano sol, aneblado
y colgado del horizonte, luchaba tenuemente por acariciarle. Y ello, aunque a lo largo de su vida había pasado por vicisitudes semialegres, cada una de las cuales había dejado su esperanza. Había pasado de la pobreza de sus deseos al caparazón de nuevo rico, con su Mercedes, su puro y su pulsera, sembrando envidias en rededor, sin darse cuenta de su tedio infinito. Pero, le realidad es que no había podido soñar tener aquel extraño despertar. Máxime cuando recordaba, como si fuera un relámpago, el viraje frenético que dio a la primera cabezada —oiga, casi ni me di cuenta—, hasta que
después de deslizarse por el arcen, chocó con las defensas de la carretera.
Fue visto y no visto, derrapar al salir de la zona de defensa sobre un
pequeño terraplén y dar vueltas de campana, hasta que no recordaba
más. Y, ahora, se encontraba, manchado de luz, en la cama de aquella
habitación, mirando sin ver como amanecía frente a la línea desdibujada
del mar horizonte. No podía imaginar que iba a recibir un regalo tan
luminoso, pero… allí estaba.