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PAPI: CUÍDATE PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 06 de Abril de 2015 11:13

 

 

 


Según el DRAE, cafetero es  el dueño de un café y, también, la persona que vende café en un sitio público. Pero los hay que van más allá de ser simples expendedores: por su cercanía y atenciones, se quedan contigo, dicho sea sin rodeos. Yo tengo un cafetero, podríamos decir, de cabecera; como aquellos médicos de antaño que te visitaban en tu casa y, aparte de recetarte lo adecuado, se interesaban por tus pequeños problemas,  entablaban despaciosas conversaciones y se despedían con un hasta mañana de consuelo y confianza. Lo mismo me pasa a mí con Carlos, mi cafetero –argentino, por más señas, lo que ya es un valor añadido- quién, mientras me pone el café, la tostada y el botellín de  Vichy (sí, catalán, ¿pasa algo?,  pregunto sin  chulería), se interesa por mis dolemias, quita importancia a los tropiezos del Real Madrid, me anima al paseo diario y, en fin y por resumir su verdadero ánimo afectuoso, cuando me marcho me dice “papi: cuídate”. Y yo sé que no es una frase estereotipada, aunque se la diga a otros clientes.

 

 

Y es que, precisamente, eso es lo que yo necesito: cuidarme. No sólo por mi edad provecta, sino por el angustioso entorno, de reinante desasosiego, que invitaba al retiro. Era, pues, hora propicia para alejarme del mundanal ruido -al que ya nos invitó Fray Luís de León- y  tener el oído atento en busca de una inspiración, siquiera poética, “a la sombra tendido / de yedra y lauro eterno coronado”.

 

He intentado seguir el humilde recorrido procesional de estos días, mitad de ellos en estas tierras y la otra mitad en mi pueblo, sencillo y blanco, rematando el periplo con el jolgorio del tradicional “Toro de Cuerda de Gaucín”, colofón un tanto enardecido a unos días de reposo.

 

Aquí, me impresionó el bullicio callejero en torno a los pasos  de las cofradías, anticipo de la explosión reverencial ante Nuestro Padre Jesús. En un balcón frente  al mío, una voz varonil y desgarrada cantó la hondura de una saeta. Más tarde, subieron a mi encuentro los quedos roces de los pies en el asfalto, envueltos en el silencio de la hermandad de los estudiantes… En mi pueblo he vivido, con la serenidad que dan los años, el resto de los acontecimientos que conforman la semana de Pasión y que abarcan, tanto la exteriorización del sentimiento religioso propio de estos días, como el aspecto lúdico que pone broche de oro al popular y tradicional festejo taurino.

 

Por encima de la algarabía y de los festejos, en uno y otro caso, la vertiente íntima  y el sentido religioso de la rememoración de los hechos centrales de la Semana Santa, para los que creemos en la trascendencia, ha tenido la misma dimensión esperanzadora. En tiempos pasados, estos días eran propicios para los silencios, la penitencia, los acontecimientos con sordina, las campanas doblando, los sermones de las siete palabras y el recogimiento, que sólo dejaban paso a la alegría cuando se cantaba el Gloria del Sábado Santo. En nuestros días, la celebración de estos eventos me parece más abierta pero, al mismo tiempo, más sincera y espontánea. Todavía los creyentes acuden a los actos cuaresmales, bien es verdad que las personas mayores son mucho más numerosas que la juventud. Pero se participa con mayor devoción e intensidad. La celebración penitencial de la Cuaresma sigue encontrando en la Cruz el perdón y la misericordia.

 

Este año me han vuelto a sacudir dos escenas características. Una, la de Jesús en el huerto clamando “Estoy lleno de tristeza, quedaos conmigo…” que resume el estado de ánimo del hombre sólo, abandonado a la perplejidad del desencuentro. La otra, es la que nos muestra el rito del lavatorio, conciencia de la necesidad de servicio a los demás, en actitud de humillación, como un despojarse en  “condición de siervo”, para llegar al final de camino. Otra vía (vanidad, orgullo, éxito) es equivocada, como ha dicho Francisco el pasado domingo.  Porque lo que conforta es el ejemplo de muchos hombres y mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos para servir a los demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una persona con discapacidad, una persona sin techo...

Ha sido bueno este espacio de tranquilidad. “¡Oh campo, oh monte, oh río! / ¡Oh secreto seguro deleitoso! / roto casi el navío, / a vuestro almo reposo / huyo de aqueste mar tempestuoso” decía el bueno de Segismundo.
 
El pibe lleva razón: Cuidémonos. Ejercitando, a la par, el encuentro y la humildad.