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Ecos de silencio PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Lunes, 03 de Diciembre de 2007 16:33

H ACE unos días, vi una película sobre Beethoven, en la que justificaba el ilustre sordo el éxito de su música en la capacidad para llenarse de silencio, lo que le permitía comunicar a los demás la belleza que salía de su interior. Es ésta una excelente imagen para empezar mi colaboración semanal en IDEAL porque entiendo que es, desde el encanto de la soledad -desde la paz escondida en lo más íntimo de tus pensamientos-, como puedes comunicar algo que llegue a tocar la sensibilidad de los demás.

Aunque todo esta ya dicho, pues ninguna palabra es nueva, es preciso decirla una y otra vez, ante lo que nos ofrece este mundo de contradicciones, ya se trate del tema del cambio climático o nos refiramos al incompresible entramado del poder judicial o al inacabado catastrofismo que nos envuelve. Aunque a veces con dolores de parto, siempre estamos en perpetuo diálogo, con los demás o con nosotros mismos, sobre todo cuando se vislumbra la vejez (cercana ya, en el aire, la misericordia del silencio) y nos cansan las conversaciones banales. Es, pues, el momento de buscar la compañía de la palabra, aunque nadie nos escuche en nuestra soledad.

La palabra es la expresión serena del sosiego, la forma más correcta de expresar la quieta espera. En los atardeceres de la vida o de los días, en los que, como decía Juan de la Cruz, todos seremos examinados de amor bueno será preguntarse por el uso que hicimos de la palabra. En la tranquila penumbra de lo que realmente somos, se ve con cuanta lentitud avanzan las luces de la alegría o la esperanza. Y la palabra se busca, se suplica, se anhela a veces con insufrible decepción. Quizá lo procedente -ante nuestra soledad- sería la entrega sin contrapartida, si nos vale la expresión, con palabras de aliento y sostén para el otro, ciego y solitario como yo. Palabras que sirvan, como salidas de un greco, para alargar y estilizar el rostro dolorido, hasta convertirlo en un icono oriental de luminosidad, como un cuerpo en llamas en la alcuza de la vida, apaciguada de suaves alegrías.

De todas formas, todavía te queda reconciliarte contigo mismo, en la soledad y en el silencio de tus espacios, donde se es capaz, como junto al oscuro mudéjar de los techos, descubrir la blanca cal de los pilares, limpiar los rencores y purgar las miserias -las propias y las ajenas- que, al fin y al cabo, no están tan alejadas las unas de las otras. Entonces, pese a las contrariedades de la vida cotidiana, puedes descansar en el asiento de tus esperanzas. Y transmitirlas a los demás.

No otro es mi propósito en esta colaboración periodística que ahora inicio, como una balada humilde. Diría, en el recuerdo de Cernuda, que, antes de que la muerte apacigüe éstas y todas las cosas, bueno será contarlas, aunque sin amargura, como leves recuerdos sentimentales, entre sombras de años olvidados, en la paz del viento sosegado, de las horas pasadas, a la luz de una ligera evocación, o, si fuera necesario, de acaecimientos no vividos, quizá intuidos, pero, con certeza, antecedentes de la historia toda, de la raíz andalusí de nuestro pueblo, de mi ser profundo.