Imágenes

p1010001r.jpg

Contador de visitas

mod_vvisit_countermod_vvisit_countermod_vvisit_countermod_vvisit_countermod_vvisit_countermod_vvisit_countermod_vvisit_countermod_vvisit_counter
mod_vvisit_counterHoy4
mod_vvisit_counterAyer63
mod_vvisit_counterEsta semana157
mod_vvisit_counterSemana anterior592
mod_vvisit_counterEste mes4
mod_vvisit_counterMes anterior1686
mod_vvisit_counterTotal1027738

Visitantes en línea: 2
01-05-2024

Busca en mi página


Designed by:
SiteGround web hosting Joomla Templates
Sólo un pesebre PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Martes, 25 de Diciembre de 2012 21:34

 

 

Esta noche es Noche Buena y mañana Navidad, canta el popular villancico. A propósito de estas efemérides,  me van a permitir que hoy escriba desde una perspectiva inusual. Es una pequeña licencia que me concedo una vez al año.

 

 

En estos momentos parece que la esencia del cristianismo consiste en dilucidar si al recién nacido le acompañaban una mula y un buey o -más malévolamente- lo que prima es poner de relieve cómo las tradiciones mas sensibles caen por boca de la propia Iglesia. Estas disquisiciones, que son pura anécdota sin importancia, ni tan siquiera son originales, pues hace años que Pemán puso de relieve que sólo el pesebre figura en el evangelio, sin más suciedad ni establo; la compañía que tuviese, está bien para la literatura posterior. De momento, María no podía sino preguntarse con pavorosa angustia: “¿Es esto lo que anunciaba Ángel?”, mientras se estremecía ante  un rebujo de carnes enrojecidas, indefenso, sin validez, ni poder, ni autonomía…

 

Pienso que, en estos días de vanas discusiones o de teofanías en entredicho, más me valdría preguntarme –porque algo habré de preguntarme- cuánto de lo ocurrido en aquellos días tengo guardado en mi corazón. Sería ocasión para rememorar aquellos momentos de alegría –el niño recién nacido- para saber si nuestra actitud es paralela o si tan siquiera intenta imitar a quien los contempló en primera persona. Nos dice Lucas que María guardaba aquellas cosas dándole vueltas en su corazón, una actitud que pone de manifiesto la necesidad de oración (las meditaba) y la exigencia de ejercitar la memoria (no tanto de sí misma, cuanto del Hijo, memoria que hace sufrir y llorar, que consuela, alegra y enternece)

 

En estos momentos –en que está a punto de renacer el Niño- habremos de inquirir qué de toda esta cosmovisión guardamos en nuestro corazón, qué pasaje de esta narración, tantas veces oída, es capaz de excitar nuestra conciencia e inquietar nuestro talante. El lenguaje vulgar utiliza el corazón para todas las situaciones radicales: "poner corazón" en un empeño; decir "con el corazón en la mano"; adivinar en una "corazonada"; "querer con todo el corazón"… María guardaba, pues, "esas cosas" en todo su ser: en su memoria, en su emoción, en su inteligencia, en su intuición. Ante los primeros testigos oculares del nacimiento de Jesús –los pastores-  se presentó, por tanto, la escena de una familia -madre, padre e hijo recién nacido- que es lo que impregna de seguridad la escena y lo que, al crecer, permite el descubrimiento del sentido de la vida. Al igual que los otros actores –los sencillos pastores, que pusieron en práctica lo que se les pedía- quizá nosotros también deberíamos caminar hacia Belén, donde encontraríamos, no un Cristo a nuestra medida, sino el único Cristo que encontraron los pastorcillos: “un niño envuelto en pañales recostado en un pesebre”. Es una escena impactante e irrepetible, neurálgica y, al mismo tiempo, esclarecedora.

 

Por ello, habremos de saber si somos capaces de encontrar la presencia del recién nacido en nuestras vidas. Y si, como premisa previa, somos capaces de discernir cual sea nuestra capacidad de relación con los otros que es lo que nos permite llegar al humilde pesebre, nuestra disponibilidad para aceptar a los otros, a los desahuciados de la vida, a los que no comulgan con nuestra forma de encarar este mundo, incluso a los que no son nuestros amigos…

 

Me da la impresión de que hemos recorrido estos siglos con demasiada premura, a pesar de que –o quizá porque- nuestras alforjas han estado plenas del incienso de la soberbia, de la mirra a la que se han apegado excesivas ambiciones y con demasiados oropeles en derredor de nuestros altares. Habría que volver a compartir lo poco, como los primeros cristianos. Para hacer lo que el adviento nos ha querido anunciar: a los publicanos, que no exijan más de lo debido; a los sujetos a soldada, conformarse con la paga que reciben; a todas las gentes,  compartir las túnicas y la comida. Este si sería el buen camino, ligero de ataduras, hasta encontrar el desasistido pesebre, sólo arropando al Niño, sin tan siquiera asno ni buey, y en su proximidad a la familia, sostén permanente de todo nuestro entramado social.

 

Parece una tarea difícil porque es incomprensible, desde una perspectiva actual, la preferencia por el sencillo, por el insignificante, por el pastorcillo  que necesita trabajar día y noche y, sin embargo, está presto a la llamada… No, no es una figura retórica. En los momentos culminantes, no hay más que un pesebre, una situación de escasez: siempre está el prójimo que padece pobreza, que sufre, que llora, que es limpio de corazón, que es pacífico, que es insultado (pero que, curiosamente, son los afortunados, los bienaventurados),  el que padece hambre, sed o desnudez, el que necesita de consuelo porque es forastero, está enfermo o en la cárcel (porque estos, los más pequeños, serán el límite a qué llegar). El adviento es un tiempo de caminar y, cuando llegas a la meta, cuando encuentras el objeto de tu recorrido, has de llegar a él desprovisto de tu natural soberbia, agachando la cabeza para entrar en el destartalado establo y poder encontrar el cielo que has perseguido: el pesebre, simple, sólo, sin más acompañamiento que su huésped.

 

En ese intento deberíamos consumir nuestras fuerzas. De esta forma, sería más fácil y sincero desear feliz Noche Buena. Y llego al final de esta reflexión que espero no haya resultado una salmodia porque hubiera fracasado en mi intento de comunicación navideña. Sólo he pretendido acercarme al escenario propio de esta noche: una familia como base, rodeada de los otros, de los pastorcillos a los que es necesario acoger para recibir la Buena Nueva, que aparece reclinada en un pesebre. En sólo un pesebre.

 

Sólo entonces  –como el día de la noche- vendrá, de seguro, la felicidad del mañana es  Navidad.

 

Nota.- He pasado estos últimos días en Málaga, por lo que no he insertado este artículo hasta hoy. Pido disculpa.