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De la soledad y otras alegrías PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Domingo, 09 de Febrero de 2014 16:21

En nuestro entorno habrá que lamentar algún que otro contratiempo más  o menos doloroso, alguna enfermedad e, incluso, pérdida irreparable. Todo ello es la esencia de esta vida y ha de aceptarse en el ejercicio de los valores que nos sustentan. Y, en la noche silenciosa, la luz  de la luna ha resaltado la belleza negra de las montañas,  hasta musitar -como cantaba Francis, el poeta amigo- “noche de plata / en un callejón blanco / risas de mujer”.

No, no son simples divagaciones poéticas. Es la pura realidad a la que uno puede asomarse cuando dejas fluir el silencio que te abre a la verdadera comunicación y sirve de pausa reflexiva para ayudar a valorar el mensaje que siempre está por venir. Experiencia que nos pone  en contacto con nosotros mismos  -lejos de la aglomeración de personas y sucesos que de continuo se amontonan confusamente en nuestro derredor-,  nos ayuda a la quietud -consuelo del corazón- y nos proporciona espacios de sosiego para la meditación.

 

En este interregno –por llamar de alguna manera esta inconfundible atmósfera hospitalaria- he tenido la suerte de conocer personas, con mayor o menor acompañamiento que siempre dejaban aflorar trozos de mis tiempos mozos. Aquellos en los que los secretarios municipales formábamos parte de las llamadas fuerzas vivas, consentíamos los sobornos de una gallina o el cohecho  de medio choto fresco, sin que la verdad sea dicha recuerde cual fuesen mis  respectivas prevaricaciones, lo  que me hubiera permitido el dolor de corazón y la corrección de las faltas.

A lo que iba: me he topado con el dolor contenido del Parrizoso;  el que entre próstata y próstata se merendaba crujientes quicos, suficientes para alimentar a una manada de monos; la alegre inconsciencia del aprendiz  a  Diógenes con sus innumerables paquetes de plástico ruidoso en los que mezclaba, sacaba o metía productos  de la variada gastronomía o el reciente inquilino con su bypass recién estrenado. Cada situación daba lugar a anécdotas pérdidas en la memoria.

 

Es el tiempo en que desaparece el griterío para desembocar en el silencio, sin espacios para el miedo ya que como nos decía Neruda “porque pido silencio /

no crean que voy a morirme: / me pasa todo lo contrario: / sucede que voy a vivirme”.  Y, al derribar las murallas de la palabra y habitar el silencio, la palabra va siempre con nosotros aunque callemos o sobre todo cuando callamos.

El sol sigue cada día besando las montañas y, sin puntualidad aparente, se esconde por el horizonte mar -en blanco, azul, rojizo o malva- a su capricho.

Podría suponer el acercamiento entre sufrimientos aislados, lo que ya, de por si, un paso adelante. Yo he sentido materialmente esta rotura del aislamiento que te produce el dolor, que inicialmente parece tuyo totalmente y que en horas de confrontación, va deshaciendo en mutuo compromiso porque el camino ya se inicia en solidaridad y en la alegría de saber que la noche del dolor está abierta a la luz de la Pascua.

 

Es reconfortante saber que en la experiencia humana no ha desaparecido la enfermedad y el sufrimiento. Pero lo es más ver, con el calor de tu mujer, tus hijos y nietos, hermanos, sobrinos y amigos que se van transformando y  redimensionando, porque la vida nueva es quien tiene la última palabra.

 

Y presiento que todo se completará cuando sea capaz de admitir con naturalidad que le enfermedad es reflejo del dolor supremo: cuando Jesús sube a la cruz, desaparece la soledad del sufrimiento y ha iluminado su oscuridad, como indica Francisco en su mensaje el día mundial de los enfermos: ellos son una presencia especial del cristo sufriente.