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La trama de la vida PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Domingo, 10 de Agosto de 2014 23:39

 

 

 

El verano va mediando su andadura, pero yo no estoy a esas alturas de mis andanzas. Más bien –lo digo con benevolencia y sin acritud-, me encuentro en el atardecer de mi vida, cuando el camino se hace empinado y precisas descansar de vez en vez para reponer fuerzas. Es un alivio y, en todo caso, siento que mis pecados no están siendo tomados en consideración. Por eso, dejo con desánimo mi Sierra de Jaén, pero me consuela pensar que, después de unos días de andorrear por las orillas del mar - relámpago mojado, que diría Neruda- a caballo entre el Atlántico y el Mediterráneo, finalizaré el veraneo en mi Gaucín, que me vio nacer a los pies del Castillo del Águila, en las últimas estribaciones de la Serranía de Ronda.

 

 

Esta idílica perspectiva, sin embargo, está enmarcada en un mundo sin piedad. Un mundo oscuro, más bien apocalíptico, en el que campean a sus anchas los Cuatro Jinetes de los Cuatro Colores. Montando cada uno un caballo de color distinto, estos jinetes llevaron -y continúan en su cabalgadura llevando-  plagas a toda la humanidad: la guerra en su caballo rojo, la hambruna y la pobreza en el corcel negro, la muerte o la enfermedad a la jineta del caballo verde/amarillo, mientras el caballo blanco también dicen los comentaristas que representa a la muerte como algo trascendente, siendo montado por el Resucitado (Ap 19:11-21).

Es el mundo que nos ha tocado vivir, lleno de exterminio o devastación, que no distingue ni perdona las estaciones del año. Algo que supera lo imaginable, lleno de terrores y espantos. No es exageración: ahí están –bajo nuestra mirada condescendiente, cómplice, cobarde- las masacres de Gaza y Ucrania, de Irak o de Siria; las pateras engendrando muerte, al tiempo que nos apresuramos gozosos a blindar nuestras fronteras de sangre y alambradas; los Ébola y, peor aún,  los niños de ojos ausentes renegridos por las moscas…

A mi pesar, no puedo apartar estos espectáculos de mi visión. Y me parece oír en la lejanía  los oráculos de Isaías, en su libro primero  conocido como el “Isaías del peligro”. Ejerció su actividad profética en un tiempo lleno de inquietudes y sobresaltos políticos… como en nuestros días. Isaías pudo haber sido un político sagaz, pero decidió ser un intérprete valiente, aunque con un mensaje que resulta desconcertante: ¿Cómo hacer caso a un hombre que pide creer en Dios cuando hacen falta ejércitos? Isaías ve el peligro que se cierne sobre Judá y avisa a Ezequias, su Rey, pero el pueblo no lo cree. Él pide conversión, justicia social, sinceridad para construir una nación unida y fuerte, con la fuerza de una renovación interior…  Sin embargo, los políticos de entonces –como los de hoy- prefieren otros caminos menos comprometidos y más útiles para conservar sus privilegios. Mas, el tiempo le dará la razón: Nabucodonosor destruirá Jerusalén y empezará el destierro en Babilonia.

 

Me van a disculpar ser agorero, pero no me resisto a relatar el episodio final de Ezequiel, cuando cayó enfermo y se repuso de su enfermedad. Temiendo marchar a las puertas de Abismo, se lamentaba de que “levantan y enrollan mi vida / como una tienda de pastores…  día y noche me estás acabando / sollozo hasta el amanecer… estoy piando como una golondrina / gimo como una paloma… Huye de mí el sueño / por la amargura de mi alma”.

 

Lo siento: soy muy sensible a estas situaciones. Yo he padecido un episodio parecido recientemente, en momentos en que pensaba como el profeta: “En lo mejor de mis días, me tengo que ir”, mientras presentía marchárseme la vida, atada levemente a mi cama hospitalaria con un hilo evanescente. Igual que. por boca de Isaías (38: 12), cantó Ezequias: “Como un tejedor devanaba yo mi vida / Y me cortan la trama”.

 

Cortarnos la trama que nos une a la verdadera sabiduría: ¿Éste será nuestro destino? No debemos permitirlo, ni andar errantes a lo largo de los años, con amargura en el alma. A pesar de todo, hay que tener esperanza en la unidad interior de aquel pueblo que nos refleja el Profeta y que, en el fondo,  tiene una mirada hacia el futuro, porque es posible –tiene que serlo- esperar una fraternidad entre las naciones. Por ello, es preciso terminar como el Rey finalizó su Cántico: “me has curado, me has hecho revivir. / La amargura se me volvió paz / cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía. / Y volviste la espalda a todos mis pecados”.

 

Entonces, me permitiré pasear esperanzado a las orillas del mar. Padre verde y profundo…