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Volveré a las mareas |
Escrito por Salvador |
Lunes, 01 de Septiembre de 2014 16:20 |
El mar océano ha sido como una caricia sobre los pies doloridos por la sequedad, a pesar de que las olas se van y se vienen indiferentes, como si no me conocieran desde nunca jamás. A veces, llegaba silencioso con su lánguida cadencia, borraba las huellas de las pastosas gaviotas y otra vez se iba, lento e inexorable como el tiempo, aburrido de amores y desencuentros. Como decía mi amigo “El Lince”, en una soleá: “Dejé una hulla en la arena / y una olita la borró, / la huella de tu persona / no puedo borrarla yo”. A mÍ, especialmente me sirve de sedante pese a mi natural calmoso, sobre todo al finalizar la tarde, mientras cierro los ojos y me adormece el susurro de las olas al romper quietamente sobre la arena. De vez en vez, una más atrevida te acaricia los pies, desperezándote de la modorra y te pones a pensar quién estará ensimismado en la otra orilla, en el confín del océano, más allá del horizonte de la mar inmensa y, pese a ello, amiga. Me gustaría –aunque tengo mis dudas- que el desconocido fuese tan feliz como yo… Dejo la mar, de momento, para –como diría Machado- subir “donde el agua ríe y sueña y pasa, allí donde el romance del amor se cuenta”. Para encontrarme con mi pueblo, en donde los musgos de las peñas lucen como esmeraldas. Aquí me encuentro a las tejas que aparentan una marea de rojizos retazos moros, ondulando sobre los tejados… Y al viento –testigo del matrimonio del mar con el terruño-, que se ha puesto a gemir y sacude alocado los viejos chaparros, a pesar del agotador viaje desde el Estrecho. Oigo, dulce y cadencioso, el cantar de las chicharras, siento el olor de las almacigas respirar en las entrañas, mientras en el aire percibo los últimos calores de agosto como una brisa. Con cierta melancolía, compruebo como se fueron para siempre los trigos Y me contesto, al renacer con el contacto de sus gentes, que nada importa, porque todo se me muestra presente en la noche, bajo las estrellas. Y su voz me llega entre las zarzas, como distante, pero sosegada. Todavía deseo volver a las cunitas de los besos, en aquellos días de feria sin fin, mientras la noche se dormía en los fríos de agosto, mirándonos en los ojos del Estrecho. No importa que aquí no me sorprenda el océano con sus mareas. Me queda el corazón tenaz y acompasado, aunque a veces la arritmia altere sus húmedos latidos. Y esta tierra que refleja, como en un espejo, mis recuerdos idos, en apenas una ráfaga imperturbable y lejana de añoranzas… Insisto en preguntarme cómo es posible que despierten estas tierras, radiantes de azul. Por que sería horrible morir en la ignorancia. Menos mal que, en la retina más reciente, me quedan sus calles y cuestas empinadas, las persianas que se trenzaron de juncos arrancados de los chilancos de sus ríos, las puertas de maderas carcomidas… y los amigos que te han abierto sus penas y sus contentos para satisfacción mutua. ¡Ay, mar, amigo y a veces gigante fiero! ¡Ay, Gaucín, que alegras las tristezas de los días que me quedan! ¡Cómo os echo de menos cuando me alejo! Pero, os lo prometo: volveré a vuestras mareas. |