LA CIÉNAGA

Las personas que, como un servidor de ustedes, han entrado en edad provecta, cada vez se acuerdan con más  nitidez de sucesos acaecidos en su niñez. Personalmente, rememoro sueños de aquellos tiempos como el de ir subido en una bicicleta y volar por los aires –al estilo de Mary Poppins- con el temor de aterrizar inopinadamente  y romperte la crisma. O aquel otro, también obsesivo, de andar por el bosque y, de repente, caer en la ciénaga pantanosa, donde, a cada paso, te hundías más y más, sin que acabara nunca aquella tortura ni la angustia por despertar.

En mis tiempos, pasear por el puente era el único placer que nos permitían a los novios. Eso sí, sin traspasar la primera curva, aquella en la que te dejan de ver las curiosas que nos espiaban, si es que las había… Cuando nadie viajaba más allá de Ronda o Algeciras, había que cuidar las formas y no estaba bien visto que los novios –que ni tan siquiera podíamos cogernos de la mano en público- se pasearan sin la correspondiente carabina. Así es que, puente arriba y puente abajo, soñábamos con nuestro futuro. Los tiempos han cambiado y ahora, lo que prima es viajar. Aparte del drástico cambio de costumbres en las relaciones prematrimoniales, que no es objeto de este momento, los viajes se han convertido en el centro de los espacios de descanso. Las vacaciones se han impuesto, aunque es doloroso constatar que muchas familias no pueden disfrutar de este derecho.