No he visto más gente en las calles de Jaén que en la tarde de la Cabalgata de la Feria de San Lucas. Me costaba trabajo ir contra corriente, por la algarabía que acompañaba a los que subían hacia el ferial o para disfrutar de las quimeras que proporcionan los días feriales. Niños soñadores, pero también padres y familiares, chicos y mayores, jóvenes y ancianos, incluso muchas coches de inválidos apostados en el recorrido, esperaban ensoñados a la cabalgata y su fanfarria. Con ilusión. Y confiados,  como son los niños, los ancianos y toda esa gama de gentes que creen de buena fe que todo el monte es orégano de buena voluntad y bien hacer. No piensan que, a la vuelta de la esquina –y sin necesidad de doblarla- se toparán de bruces con la legión de truhanes, trileros, timadores, carteristas y malandrines que se dan cita en la ferias. Y que asolan nuestras vidas.

¿Seré capaz, alguna vez, de preguntarme que es lo que hice, y sigo haciendo, mal? Tengo mis dudas, serías dudas porque la soberbia ofusca cualquier atisbo de autocrítica. Aceptar nuestras limitaciones y buscar alguna salida a nuestros prejuicios, es de las disposiciones más  difíciles de adoptar en momentos de crisis y enfrentamientos. El ego freudiano es la instancia psíquica que  más embarazo nos produce para distanciarnos de nuestros errores. El excesivo aprecio por lo que creemos ser,  nuestra propia complacencia con nuestra acciones que consideramos irreprochables y, en último extremo, el añadido de conmiseración por  los males que entendemos recibir de los demás, son ingredientes difíciles de compaginar con el raciocinio necesario para discernir nuestras conductas.