No es seguro que pueda conseguir el bienestar que deseo alcanzar, pero sí que intentaré buscar un cierto respiro en estos meses veraniegos que, para la mayoría de nosotros, empiezan con el mes de julio, recién estrenado. Aunque, la verdad, no estoy convencido que, en estos tiempos, exista el verano como espacio de asueto del que poder disfrutar, como el oasis anual y merecido en este desierto o valle de lágrimas en que se ha convertido –en su máximo exponente peyorativo- nuestra canina existencia. Debo advertir que utilizo el término canina, en su antigua acepción de canícula o período del año en que es más fuerte el calor. Y, por consiguiente, huyo de emplearlo como sinónimo de perruna o perra vida. Aunque, también es verdad, no andamos muy descaminados de deambular cansina y famélicamente entre tantos ajustes, cortes, recortes y podas como los más listos del lugar practican con nosotros –con los de siempre, para que vamos a probar otras vías-  en aras del crecimiento y estabilidad presupuestaria.

Amigos míos: me quedo tiritando de frío cuando veo que la importancia de los acontecimientos de la semana pasada (nuevo Rey, adiós al mundial, llegada del verano) se ve superada por los eventos que se airean estos siete últimos días. Y lo peor no es que se nos ofrezcan novedades de interés. Lo peor es que seguimos dándole vueltas a lo mismo de siempre. Llueve sobre mojado, con la particularidad de que, pese a que el suelo está saturado de lluvias mil, éstas siguen produciendo el pernicioso efecto del desencanto ciudadano. Y, con toda la razón del mundo porque, amigos, esto es el desarrope. No solo se divierten escandalosamente a costa nuestra, sino que han traído el total desorden en las instituciones que contaminan con su pestilente presencia.