Decididamente, me paso al ejército de los satisfechos de la vida. Bien es cierto que esta especie no abunda por estos pagos: por así decir, en esta pequeña aldea que habitamos, lo que sobran son seguidores de la divina Belén (menos mal que podemos elegir a la otra diva, una tal Rosa Benito). Pero, en mi retorno a la vida normal, sospecho que es más ventajoso sonreír ante los acontecimientos rutinarios, que segregar bilis. Es más rentable el sereno comentario, incluso la pequeña ironía, que la irritabilidad permanente. Y, ya que estos banales artículos semanales, lo son en torno a la vida pública, bueno será que intente esbozar una sonrisa a propósito de dichos, dimes y diretes que están ahí, a flor de comentario público.

Permítanme:

La verdad es que un mes y un largo chorreón, unido a una aséptica cama,  sin más asidero que un montón de cables, no es bocado apetitoso. Más de las deseadas analíticas, vías de sangre y otras zarandajas, todo adobado entre silencios y esperas, te dejan –menos mal- en brazos del competente personal sanitario. En el silente espacio que rodea la soledad, quebrado apenas  por el chirrido de una cama que se desliza de habitación en habitación por los interminables pasillos, posiblemente porque ya  todo se ha consumado. A hora y a deshora, he  vivido como en la ciénaga de un tsunami. Pero todo se da por bueno: me han anunciado el alta.